miércoles, 8 de julio de 2009

Vacaciones

Quiero un compañero de viaje aunque solo sea para contemplar como se alargan las sombras al atardecer.

Laurence Sterne

Plataforma, Michel Houellebecq

Difícil escribir sobre esta, llamémosle novela, que provoca reacciones tan viscerales en el lector, que excita nuestros humores impidiendo el juicio ecuánime. Y es que en la novela de Houellebecq todo es opinión, todo es ensayo, puesto en boca del narrador o de los personajes que aparecen y reaparecen confundiendo sus voces con la del escritor. Porque hay una sola voz inconfundible, y provocadora, la de este escritor, francés hasta la naúsea, por más que le pese.
El libro, y el lector me libre de las segundas intenciones, reúne todos los ingredientes de un Best Seller, y así se lee, de tirón, no se olvida, sin embargo, tan deprisa como se lee. Los temas son los de siempre, las nefastas consecuencias de el pensamiento de la izquierda francesa de los sesenta: una desmesuarada hipertrofia de la libertad individual, de la búsqueda del placer y de la falta de compromiso. Para Houellebecq, el hombre en nuestra cultura, es un ser de absoluta determinación social y mercantil, un pelele que se mueve a impulsos del sus genitales y al son del mercado una vez destruídas la familia y la religión, últimos baluartes de contención ante sus ansias omnímodas.
Ya estoy cayendo en su trampa, no hablo de la novela sino sobre la novela, dije que el libro se lee fácil y la razón es simple: no nos hace pensar, Houellebecq, aunque ofrece carnaza abundante la cocina toda, ni el lector ni sus personajes se mueven libremente en la novela, no cobran vida ajena a la voluntad del escritor como en las grandes novelas: pienso en Tolstoi, quien a pesar de que opinaba, y de qué manera en sus novelas, conseguía el milagro: Ana Karenina aparecía y el hombretón de la estepa hacía mutis. Tampoco Houllebecq es una buen creador de atmósferas como Proust o Pla, al francés se le ven enseguida los hilos de la trama. Ni los personajes evolucionan y, cuando lo hacen, no hay sutileza, la historia de amor, que redime en cierto modo al protagonista es poco creíble, el giro final de los acontecimientos no convencerá a más de uno y la última parte no aporta nada nuevo.
Pero, y es un pero monumental, uno se pregunta si los personajes podrían moverse de otra manera, si es posible para un europeo occidental de estos tiempos algo más que la fisonomía plana y la falta de voluntad propia. Seguramente no, seguramente la época de los grandes caracteres haya pasado.
Leídas las dos novelas anteriores, de este escritor francés residente en Almería, opino que Plataforma es, con mucho, la mejor, la más compacta y lograda, aunque no me parece una obra maestra como pretenden algunos. No basta hacer la crónica del derrumbe, a la novela le falta algo que no sabría definir, algo que su talento no puede ofrecernos pero tenemos derecho a esperar.

sábado, 4 de julio de 2009

Dichosos héroes

Que pisan fuerte y no escuchan el ruido de sus pisadas

miércoles, 1 de julio de 2009

Tratado de Ateología, Mischel Onefroy

Libro oportuno que no meritorio para los tiempos que corren, propone una deconstrucción del teísmo que a juicio del autor invade nuestra sociedad. Ninguna de las herramientas utilizadas para el derribo, las de Nietzsche, Marx (aunque abomine de él) y Freud es original. Tampoco lo es ninguna de las alternativas (¿Pero por qué ha de haber una alternativa?) que aporta.
Aparte de una prosa estridente y epatante, el libro molesta por el tono de superioridad que suelen arrogarse quienes niegan la transcendencia, las palmaditas en la espalda que reciben los creyentes o quienes expresamos ciertas dudas metafísicas por parte de los portavoces de la ciencia. Diríase que derriban un ídolo para levantar otro. Cierto que los monoteísmos han causado y causan innumerables males a la humanidad aprovechando el desvalimienteo de un ser consciente condenado al abismo. Cierto también, y el autor lo silencia, que la geneología de la religión causas sociales y caracteriales aparte, debe buscarse en, ¿cómo decirlo?, la componente energética de la materia, la existencia de realidades que nos transcienden. Algo que las religiones -y la ciencia- orientales entendieron hace milenios. Como también silencia a Marx-Engels cuyo materialismo por no ser causal y sí dialéctico podríamos calificar de transcendente, para rehabilitar a Feurebach, un pensador idelista porque al decir de Marx concibe la realidad como abstracción y no como proceso.
También ignora Onefroy los peligros de su propuesta, una ética científica, hedonista y utilitarista contra la cual ya alerto Nietzsche y que nos ha llevado a la razón tecnológica contemporánea. Porque pese a reivindicar a Nietzsche y apropiarse de gran parte de sus argumentos silencia interesadamente dos de las ideas capitales del maestro: la del eterno retorno, poco acorde con sus postulados de causa sin vuelta o su despiadada crítica del concepto de verdad y por ende de la ciencia concebida como búsqueda de la verdad absoluta.
Un libro aleccionador y escrito a favor del viento. Me pregunto qué pensará Houellebec.