domingo, 25 de abril de 2010

Sin asunto

Hoy he activado la alarma del móvil para que me avise cuando cumpla cien años. Como la tecnología es tanto o más fungible que los hombres se trata de un gesto doblemente inútil, un brindis a un sol futuro que nunca veremos. Hay algo de paradójico y sobrehumano en esto de la tecnología, no sabría muy bien precisar qué. O a lo mejor es que no quiero seguir tirando del hilo so pena de un patetismo que viene muy al caso pero que debe sobrellevarse en la más estricta intimidad. Chao.

domingo, 18 de abril de 2010

Tirando de un hilo

He amanecido con la noticia de que la perra se ha comido un billete de 50 Euros. Ha estado toda la mañana castigada. Nunca sabrá porqué y eso la salva del rencor. A los niños también se les castiga por cosas que no entienden. Y cuando son mayores entienden el motivo del castigo, pero ante todo entienden que se les castigó por algo que no entendían. Se vuelven rencorosos y castigan a sus hijos que por los mismos motivos castigarán a sus nietos. Podríamos remontarnos hasta el titán Prometeo o hasta aquella primera pareja del Edén castigados por querer entender y envenenados por saber que fueron castigado por una falta que ignoraban. Bendita inocencia.

domingo, 11 de abril de 2010

Un huésped panorámico, Andrés Navarro

Afirma Andrés Navarro en una declaración poética que para un escritor tan peligroso es repetir errores como aciertos. Y aunque tal declaración encierre la paradoja de que un acierto repetido deja de serlo, puede aplicarse con todo justicia a este nuevo libro del autor: desde La fiebre, libro que ya anunciaba a un buen poeta, a este Huésped panorámico la evolución es grande. Y sustanciosa. Un libro, debe advertirse, nada complaciente con el lector y tampoco, desde luego, viene a ser lo mismo y es más de agradecer, con el autor. Que, por su complicación, no se agota en una primera lectura. Poemas que suelen empezar con una declaración, una puesta en escena, o un largo enunciado formulado sin temblores de voz, casi como un axioma que termina volviéndose contra sí mismo, orbitando sobre un planeta que nunca se nombra, trabajando más por exclusión que por inclusión, explorando múltiples facetas y perplejidades para terminar contradiciéndose o tratando de abrigarse sin conseguirlo en lugares aún no mancillados por necesidades que imponen un orden unívoco a las cosas. Porque quien mira o siente o trata de explicarse inevitablemente impone su mirada o sentir o razón sobre eso que llamamos realidad (también a las realidades morales). Y esta se niega a ser apresada debido a que la mirada, puesta en contacto con su reactivo altera sin remedio lo percibido. Solución: ¿acaso la hay? Desconfiar de uno mismo, tratar de apearse para observar lo que sucede pagando el peaje que ello supone, fingir muchos órdenes efímeros para escapar al caos. O al vacío,  porque a menudo, uno se pregunta si hay algo detrás de versos tan celosos de lo que encierran.
.
Poesía, ya lo he dicho, moral pero no aleccionadora, meditativa, urgentemente meditativa, valga la paradoja, nostálgica tal vez de un orden natural inalterado, poesía también con pequeños respiros de ternura. Poesía de primeros planos poesía donde su autor intenta mantener un equilibrio inestable con un pie fuera y otro dentro de lo narrado, versos en los cuales lo mirado con detenimiento y frialdad deviene tremendo y hasta monstruoso (oportuna la cita de Capote) puesto que alza el velo que las buenas intenciones extienden ¿piadadosamente? sobre las cosas.
.
Métricamente resalto una total ausencia de sonsonetes: el metro, moderadamente imparisílabo, fluye liviano adecuándose con soltura a la larga cadencia de las frases. Pienso que Navarro posee una voz personal e inteligente, alejada por igual de la la cotidianidad caricaturesca, o la vacuidad de los versos "bonitos" tan presentes en estos pagos.  Un libro, en fin, este Huésped panorámico, que me ha gustado e incomodado por igual.

sábado, 3 de abril de 2010

Penélope otra vez

Escribir algo y luego escribir exactamente lo contrario, y creer ambas cosas a la vez, o sucesivamente, o no creer ninguna, o sentir piedad por lo que escribes, más por el tono que por el contenido. Simplemente escribir por no dar tiempo al tiempo, por matarlo. A fin de cuentas el primer título de este blog era pensar por existir, en sus dos acepciones, ahora me doy cuenta.

viernes, 2 de abril de 2010

De la fragilidad de todo

Hay poemas que siento con tanta intensidad que tengo la certeza de que podría haberlos escrito. Y no es vanidad. Precisamente es todo lo contrario. Porque cuando un poema o cualquier obra artística se despliega ante nosotros en toda su riqueza revelándonos todos sus detalles e intenciones, a veces más de las que hubiera sospechado el propio autor, las fronteras del ego se difuminan y escritor y lector terminan por confudirse. La contemplación es siempre activa. Naturalmente, ojalá, no sucede con todos los poemas que me gustan, ni siquiera con el mismo poema en distintas circunstancias. Hay circunstancias vitales que iluminan desmesuradamente poemas que en otras, aún gustándonos, pasarían más desapercibidos. Sin relación no hay arte. Durante la creación el autor se desdobla en escritor y lector, y durante la lectura quien lee recrea las mismas o parecidas o distintas, da igual, operaciones poéticas que en su día llevó a cabo quien concibió el poema. La poesía natural, la que nos sale al paso en el campo o en la calle, no existiría de no ser porque estamos ahí para contemplarla. Nosotros o nadie somos sus autores. De la misma forma, no hay tanta diferencia entre escribir y leer.

Sirva lo dicho para justificar que este poema de Fabio Morábito es tan mío, o vuestro, o de nadie, como suyo.


Mudanza
.
A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver..
.