jueves, 28 de junio de 2012

Qué bochorno

Subía con la vecina de cuarto que es rubia guapa, tímida, robusta y moderadamente infeliz en su matrimonio, aunque su marido no es ningún demonio, en realidad, a mí me cae muy bien. Y creo que los dos podrían ser más felices. Hay casos en que no, pero estos tienen materia prima para serlo.  A veces fantaseo con hacerles una terapia de pareja, no sé, comprarles perdices o algo así para que se las coman. Pero a lo que iba. Venía también con nosotros un señor insulso que vive en el segundo. Yo vivo en el tercero, y cuando nos hemos quedado a solas, me he animado a conversar:

-Qué bochorno, eh?

-Sí, hoy todo el día con el aire puesto.

Y eso ha sido todo. Lo que más me gusta es haber conseguido hablar del tiempo en el ascensor con  naturalidad. Tan emocionado estaba, que había vuelto a casa a por las llaves del coche y me he vuelto a bajar sin ellas. Por cierto, que al subir por segunda vez juro que he coincidido con la vecina del primero, y ha sido ella la que se ha puesto a hablar del tiempo, pero yo ya pensaba en otra cosa.

lunes, 25 de junio de 2012

Rodeado de esplendor

Que todo brilla es algo que compruebo cada día buscando un sitio mate para apoyar el ratón.

sábado, 16 de junio de 2012

Arte menor

Levanto la cabeza de los apuntes y entonces veo a la Loba con las patas apoyadas en la baranda del balcón y las orejas levantadas al viento. Salgo corriendo para no perderme el espectáculo. La niña del primero está tocando el Himno a la alegría con su flauta escolar. Por una vez la Loba y yo coincidimos: Los dos estábamos aburridos en el salón, a los dos la chiquilla nos cae muy bien, y los dos disfrutamos del inesperado regalo que nos trae la tarde de primavera. Ni la mejor orquesta hubiera conseguido emocionarme así. Alguien que sin pretenderlo te hace un regalo que no esperas. Ese es todo el secreto. Y tener el balcón abierto, claro.

viernes, 1 de junio de 2012

En el estanco

Como empieza el mes y todavía no he ido al banco bajo al estanco cargado de monedas de cinco y diez céntimos dispuesto a comprarme el último paquete de Winston de liar de mi vida. Sé que quien me conoce se reirá, pero el viernes que viene lo dejo para siempre. Y ya que estábamos de celebración como soy bastante envidioso y el cliente anterior se acababa de comprar un paquete de Marlboro de liar, tiro la casa por la ventana y cuando me llega el turno pido Marlboro. Saco todas las monedas, empiezo a contarlas y la estanquera a mirarme con cara de estar perdiendo la paciencia. Después de un minuto, que a ella se le ha debido hacer mucho mas largo porque yo estaba entretenido y ella ociosa y de cara a la cola, lo recuenta y comprueba que faltan treinta céntimos, lo que me obliga a pedirle el Winston de 12,5 gramos habitual (suelo pedirlo pequeño a fin de dejarlo para siempre cuando se termine) y a contar de nuevo para ver si esta vez llega. Entretanto, inocentemente, le pido que me dé lo que se había llevado y dejado aparte del intento de compra anterior, pues soy pudoroso y no me gusta meter la mano en los mostradores blindados ajenos. La estanquera, de malos modos, me contesta que ella no se había llevado nada. Reformulo la frase para no ofenderla y sigo contando mientras ella se decide a despachar a través del hueco que mi delgadez le deja. Cuando por fin recuento y ella rerecuenta, me comunica que faltan diez céntimos. Me disculpo diciéndole que en mi presbicia había confundió los cinco céntimos de euro con peniques ingleses. La impertinente me contesta que no sabe lo que son, que no viaja, pero que está segura de que no son euros. Rebusco en el bolsillo hasta pagar el último céntimo y me marcho con la Loba pensando en que menos mal que es la última vez que voy al estanco a que me atienda esa maleducada que se enriquece a costa de los pulmones del barrio. 

Luego, de vuelta a casa, mientras miro a la Loba husmear en un alcorque ajena a toda la mezquindad del mundo, trato de disculparla pensando  que los verdaderos malos son las multinacionales o los bancos, pero como el pensamiento abstracto se me da mal regreso a la estanquera. Y esta vez pienso, que si por ella fuera, si la inteligencia y la maldad (porque de avaricia va sobrada)le dieran para hacerlo estaría encantada de ser la dueña de un banco o de una multinacional sin importarle nada enriquecerse a costa de los pobres niños de Biafra. Y encima viajaría