Pues estaba sentado en el bordillo de la acera con un libro
entre las manos como acostumbro y la cara orientada al solecito de mediodía que
en invierno es un gusto, sobre todo a partir de cierta edad. No hay más que ver
la cantidad de jubilados que me rodean calentando sus huesos como yo.
A veces me ofrecen cigarrillos que siempre acepto porque extender el paquete
dando un golpe de mano para que salga el pitillo me parece una costumbre
antigua y tan honorable que ponerlos en evidencia diciendo que no fumo, aparte
de mentira, sería una impertinencia superlativa. La loba, como
siempre, correteando por el solar. Yo enfrascado en la lectura
Pareto, y ella en sus ocupaciones percibiendo directamente el mundo a través de
su olfato. Aunque a mí también me gusta más oler los libros que estudiarlos, sobre
todo si son de texto y nuevos, nuestras pasiones olfativas son incomparables. El caso es que escucho unos ladridos, y en eso veo a la perra brincando ante un árbol; como ya sé de qué se trata aunque no haya presenciado la persecución, me levanto a ver al gato
correspondiente que siempre es un desahogo para la vista cansada del exceso de lectura. Y allí está: dos ojazos verdes que nos contemplan desde la penumbra. Solo
le falta sonreír o soltar una frase lapidaria a propósito de la situación para ser
talmente el gato de Cheshire de las ilustraciones de Alicia. Cómodamente
instalado entre dos ramas, atento a más no poder, nos observaba desde la altura con esa indiferencia
felina por los asuntos humanos y perrunos tan perturbadora. Lo malo es que la
loba seguía venga a ladrar y a darme tirones impidiendo mi desahogo contemplativo pero también provocando esa mirada gatuna de diosa egipcia tan diferente de la que ahora mismo veo en la Loba que está con la cabeza sobre el sofá implorando una caricia con ojos pamplineros y acuosos. Y es que
toda situación tiene su debe y su haber. Qué fácil es escribirlo y que difícil
asimilarlo. Anoche mientras corría me recreaba en la escena y pensaba que lo
que distingue a los humanos de los animales no es la racionalidad, que en lo
que de verdad importa, (que no son precisamente las matemáticas, pese al prestigio que tienen entre los padres) es bastante escasa en ambos, sino su incapacidad
para apreciar la belleza. De todas formas, para idealismos, el de mi perra, que ahí
seguía, empeñada en atrapar lo inalcanzable, igualito que si le hubiera estado ladrando a la
luna.
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