Como ya va el tercer día con la caña
plantada en la orilla haciendo porra, me he puesto a mirar el mar con muchísima
atención a ver si lograba pescarle alguna de las metáforas que se escriben sobre
él. Y hete aquí que Homero tenía toda la razón: las olas cuando rompen en la
orilla parece que sonríen. Así que me he entretenido un rato mirando al mar
sonreír. Pero como seguía sin pescar nada y la sonrisa del mar además de innumerable era perpetua, ubicua y, sobre todo, inmotivada, he recogido los trastos
y de bastante mal humor le he vuelto la espalda y me he ido a casa.
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