A veces el rostro serio y
la voz opaca que me he labrado a lo largo de los años (exculpo a las
circunstancias) me juega malas pasada, otras actúa en mi favor. El caso es que
en Decatlón pagando los gusanos para pescar después de aguardar en una cola más
larga que una lombriz coreana maxi,
cuando por fin me toca extiendo en el mostrador los gusanos y con una sonrisa algo deteriorada por los minutos de cola, le digo a la cajera siete: "un
regalito", porque sé por experiencia de los problemas de las cajeras en
particular y de las chicas en general con los gusanitos. Y en eso ella que
contesta: "Vale, pero estoy obligada a cobrarte un mínimo, el precio de una
bolsa, que son cinco céntimos". De haber sido una tienda del barrio hubiera
aclarado el malentendido. (ya me estoy contradiciendo y exculpando) Pero entre lo poco que me gusta Decatlón y el bajón que supone tener
que explicar un chiste he accedido sin ni siquiera protestar porque
pretendieran cobrarme un regalo.
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