“El voto es un derecho
político. Su ejercicio contempla dos opciones: votar en el marco legal
existente o abstenerse de hacerlo. La abstención es una opción política
legítima y son muchas las razones que hoy aconsejan su práctica. Sin ánimo de
ser exhaustivo, veamos a continuación algunas de ellas.
El sistema electoral
proporcional impide que los ciudadanos elijan a sus diputados. Los que pueden
resultar elegidos forman parte de una lista que elabora el jefe de cada
partido. De este modo, sólo estas personas son las que eligen quién puede
llegar a ser diputado. Esto tiene dos consecuencias: cada diputado representa
al jefe de su partido –que es quien lo ha elegido para su lista– y, por lo
tanto, no representa a ningún ciudadano. Así, el sistema proporcional produce
lo contrario de lo que dice perseguir: los ciudadanos no tienen representantes
políticos.
Hay quien argumenta que no
vota a las personas, sino a las ideas de los partidos. No obstante, las
acciones no las realizan las ideas, sino las personas. Votar ideas es una
ensoñación metafísica. Quien así piensa no ha advertido aún que la
responsabilidad de los actos no es de las ideas, sino de las personas –del
mismo modo que la de un crimen es del criminal y no del plan para cometerlo–.
Votar ideas es la disolución de la responsabilidad individual. Por esta razón
hoy resulta imposible exigir cuentas a los diputados: no hay un solo ciudadano
que conozca el nombre de su representante político.
La conquista del sufragio
universal ha sido ardua en el devenir de los siglos. Una persona, un voto. Pues
aún hoy queda pendiente esta conquista en España –y en toda Europa continental,
salvo en Francia–. El sistema proporcional fracciona el valor del voto en
función de dónde se vota y a quién se vota. Un sistema electoral que impide que
cada voto cuente como uno y que asigna distintos valores a distintos votos
revela su naturaleza fraudulenta.
Los diputados que resultan
electos son los que eligen el Gobierno. El hábito hace pasar por normal lo que
en realidad es una anomalía. ¿Qué razón políticamente plausible y moralmente
aceptable puede dar nadie de que sea lícito impedir que el conjunto de los
ciudadanos elija a su Gobierno de forma directa y que, en su lugar, lo haga un
grupo reducido de individuos? El hecho de que los jefes de los partidos hagan
pasar por presidenciales unas elecciones que son legislativas no las convierte
en presidenciales. Aunque sí revela la catadura moral de cada uno de ellos.
Una sola de todas estas
razones es suficiente para ejercer la abstención. El 27J tampoco se podrá
formar Gobierno. El sistema es tan horroroso que su naturaleza impide su fin:
formar Gobierno.
Muchas voces se levantan
hoy asegurando que la prioridad actual es que el próximo Ejecutivo sea de uno u
otro color. Sin embargo, eso no impedirá que la presente inestabilidad se repita
una y otra vez en el futuro. Sus causas se encuentran en los medios de elección
actuales y no en la elección que pueda resultar de estos medios. La
inestabilidad no va a desaparecer, tendrá continuidad mientras la tengan sus
causas. Seguir votando es perpetuarla y sacrificar la dignidad personal en la
cooperación del fraude electoral proporcional.
Esta situación política es
insostenible, no se puede prolongar indefinidamente. El régimen del 78 es un
enfermo terminal. La revivificación que le aportan los nuevos partidos sólo
dará para unos años más. La caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 fue
la manifestación palpable de lo que era un hecho desde años antes: el colapso
de la URSS y sus satélites. La llamada Constitución de 1978 es un muro que se
derrumba. Sus cimientos de arena blanda no soportarán mucho tiempo más la
adición de ladrillos. El régimen ha entrado en un círculo vicioso que no tiene
salida.
La abstención es el único
medio pacífico de encontrar una salida al régimen y devolvernos la estabilidad
política. Abrirá la vía para que próximamente todos los ciudadanos podamos
elegir al Gobierno de forma directa y que podamos elegir también de forma
directa, y en urna separada, a cada uno de nuestros diputados”.
Javier
Torrox
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