sábado, 11 de octubre de 2014

La intervencion

Después de tantas siestas amargadas por la indignación de ver como las hienas se comen viva a la cebra sin que el equipo de filmación del documental haga nada por evitarlo, hoy he decidido intervenir. Miraba yo la punta de la caña cuando al bajar la vista y posarla sobre la arena veo como el mar, que todo lo puede, deposita un pez diminuto y plateado sobre la arena. Una palometa que que en sus intentos por recular hacia el agua no hacía más que alejarse de la orilla y rebozarse en arena. Cuando he visto que la ola salvadora no llegaba para poner las cosas en su sitio, la he cogido y la he depositado en el agua con la cabeza hacia el horizonte. Se marcha sin dar las gracias, pero yo me siento como Dios. Después, me entra pena del cangrejo que tenía puesto como cebo para las doradas, así que desenredo  con todo cuidado el hilo de licra que lo ata al anzuelo y lo devuelvo también al mar. Ya de vuelta con el saco vacío y esta manía que tengo de cuestionar mis actos pienso que ceder al sentimentalismo es un placer que sólo puede permitirse quien tiene tarjeta de crédito. Quizá salvar a la cebra sea intervenir demasiado, pero, por qué no rematarla en vez de consentir y hasta filmar su sufrimiento. Seguro que esas hienas u otras pasado el susto volvían a por las piltrafas. El resultado es el mismo pero la crueldad menos. Y a quién diga que una golondrina no hace verano le contesto lo mismo que a la cajera del Mercadona que el otro  día me afeó la conducta de juntar toda la fruta en una sola bolsa cuando nadie lo hace.