lunes, 18 de enero de 2010

Hölderlin

Leo con mucho gozo la excelente traducción de las elegías de Horderlin recién publicadas por DVD. Aunque debo medirme, porque para disfrutar de la lectura se necesita una cierta elevación, un cierto estado de ánimo. Lo que recién levantado parece maravilloso al acostarse puede resultar indiferente. Dejo aquí un fragmento.
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Pan y vino
I
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La ciudad descansada nos rodea; se instala ya la calma en la calleja iluminada]
y el ruido de carruajes coronados de antorchas se aleja hasta perderse.]
Saciados por los gozos que el día trajo, los hombres se encaminan a casa a descansar.]
Ya en el hogar es hora de sopesar con tiento
la ganancia y la pérdida y alegrarse también del buen balance.
Vacío de uvas y flores tras la labor de miles de manos hacendosas,
el mercado ya duerme. Mientras tanto, se escucha en la distancia
el son de algún laud en los jardines: quizás alguien que ama está tocando]
o un hombre solitario recordando sus tiempos juveniles y a lejanos amigos,]
al tiempo que las fuentes, frescor inagotable, suenan en el aroma de los arriates en flor.]
Serenas en el aire del crepúsculo repican las campanas,
y no menos pendiente de las horas un sereno da a conocer la suya.
Pero ahora una brisa se levanta y alcanza el boscaje,
agitando las copas de los árboles.
Y, mira ya la luna, que es al sombra chinesca de la tierra,
se acerca con sigilo y la noche, la entusiasmada viene;
va colmada de estrellas y se preocupa poco por nosotros.
Lo que siembra el asombro entre las almas, aunque es extraña a todo afán humano,]
se emplea sobre las cimas de los montes y brilla igual de triste que magnífica.]

sábado, 9 de enero de 2010

Desgracia, J.M. Coetzee

Si mi propósito fuera calificar esta novela, la tildaría de incalificable, o imprevisible, pues todo en ella evade la norma. Lo que en principio parece una espléndida diatriba contra el puritanismo de lo políticamente correcto, pasa a ser una defensa de Eros y termina yendo mucho más allá en una segunda parte donde los códigos morales nos son por completo ajenos.
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Todo ello de la mano de un protagonista tan magníficamente encarnado que no precisa dirigirse al lector ni de reojo. ¿Relativismo moral? La típica palabra que impresiona a lectores primerizos. No acaba de satisfacerme. Más bien la novela halla su anclaje en los trágicos griegos: decía que todo en ella sucede de forma imprevisible, también inapelable. Los dioses nos eligen con los ojos vendados, pero también nosotros actuamos sin sabernos elegidos. Y siempre ignoramos cuando un dios actúa sobre quienes amamos.

Ante semejantes fuerzas telúricas u olímpicas poco puede hacer el dios cristiano del perdón, la compasión y la remuneración equitativa. El dios en el que ha sido educado el protagonista. Y también el lector.

Tras estos párrafos podría pensarse en una novela densa y abstracta. No lo es. La historia está narrada con agilidad pasmosa, sin asomo de barroquismo. También (qué descanso y qué complicación tan bien solventada), sin ironía. Dictada en un presente que provoca por igual inmediatez y alejamiento. Como nosotros nada sabe el narrador del curso de su historia. Se limita a contarnos lo que ocurre aquí y ahora.

Hablé de la tragedia griega, también podría hablar de Kafka ( El Proceso, La Colonia) o de Camus, sobre todo de Camus (La Peste, sobre todo La Peste, El Extranjero). La atmósfera es similar.

A destacar la trama paralela con esa patética Teresa, la amante de Byron, ya madura tratando de invocar a su desaparecido amante con sus cantos. Tratando de conmover El Averno acompañada de un banjo de juguete. Risible y por ello doblemente trágico.
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Amor, vejez y muerte. Muerte como el inevitable final de la vejez, de no entender ya el mundo. Y rechazo. Rechazo del que es objeto el viejo que no se resigna a ceder su lugar a los nuevos tiempos. Todo ello visto por el protagonista con implacable lucidez, sin ceder un ápice al sentimentalismo ni a la queja, ni siquiera en ese final abrupto, en esa muerte de perro que recuerda vagamente al del Proceso. Nadie nos salva de la decadencia y la muerte, nadie puede otorgarnos ese don. Quien vive de verdad, quien no se resigna a quedarse en los márgenes, no es en absoluto protagonista de su vida. Un dios habla por él. Un dios que no perdona.