sábado, 22 de agosto de 2009

Taxonomía perruna

Las personas difieren entre sí, los perros también, y los dueños de perro, puesto que participamos de cualidades humanas y perrunas somos susceptibles de la siguiente ordenación: Para empezar, dos grandes tipos, quienes poseen un chucho sea encontrado o adoptado de la perrera y aquéllos que se han comprado el can. Los primeros forman un grupo bastante homogéneo: hombres demasiado sensibles, por lo común cargados de hombros, padres culpables cuyo mayor deseo sería reconciliarse con sus hijas. Parejas jóvenes, ensimismadas, unidas por una circunstancia a la vez contingente y necesaria. Viejecitas cuya catexis libidinal se deposita en el chucho. Una pobre mujer mayor de mi barrio limpia el culo de su sorprendido perro con un clínex cuando caga, pero no se molesta en recoger la caquita de la acera. Nota común a este grupo: el sentimentalismo, también la confusión de lo esencial con lo accesorio. Incluímos con reservas porque necesitarían todo un tratado a esos cervantinos, soberbios y traumatizados perros llamados galgos o lebreles cuyos dueños a veces logran increíblemente mantenerse a su altura.

Paso ya, y trato de abreviar porque las ideas acuden en aluvión, a la segunda categoría, la de quienes han comprado el perro. Categoría esta, que por ser más variopinta dividiremos en dos grupos o clases: Primero, la de aquéllos que poseen un miniperro o peluche animado. No hay comentarios, basta mirar al canecito sea shitshu, el peor caso, o yorkshire, su comportamiento, sus caquitas, su peinado (del que el perro es tan responsable como su dueño) para reconocer en el propietario a un ser que se arrima allá donde al coro no le tiembla la voz. Opino que estos canes forman una especie aparte y no merecen ni deberían llamarse perros. No incluímos a los pequineses felízmnente han terminado por deslizarse a la categoría de chuchos. Tampoco a los ratoneros que siempre la integraron.

La segunda clase, la de los perros grandes comprados, incluye tres subclases u órdenes, tajantes y sin matices: la de quienes compraron ese perro que sólo debió existir en las películas, me refiero al dálmata pero igualmente podría ser el cocker, animal nervioso, acuático y cazador que ha tenido la mala fortuna de nacer con esas extravagantes manchas negras y blancas. Como los ciudadanos afables y epidérmicos que los portan, padres, madres e hijos ejemplares en apariencia, distan mucho de cubrir sus necesidades de baño, caza y ejercicio, el perro y a menudo la familia entera acaba por sucumbir a la neurosis. Siguen los dueños de perros de lujo, labradores y góldenes la mayoría. Suelen ser hombres pacíficos, distantes, solitarios y aburridos como el perro, también son extraviados, excéntricos y exmaridos. Abundan en los Jardines de Viveros a últimas horas de la tarde, aunque la bonanza económica de las dos últimas décadas los ha extendido también a los suburbios. Llevan reloj de pulsera y son muy amables si se les pregunta la hora.

La tercera y penúltima clase de entre los perros comprados es la de los dueños de perro pastor, su prototipo, el subcampeón de todo, el pastor alemán. Son hombres pulcros y anticuados, guardan similitudes con los dueños de labrador aunque con ellos se puede mantener conversación porque son más amables y pedagógicos en sus comentarios. Son los únicos que reparten por igual la atención entre ti y tu perro.
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Y por último, aunque a ellos les gustaría figurar los primeros, están los dueños de perro que asusta sea boxer, pitbull, o rotwiller. Se envanecen si alabas a su perro (aunque eso nos pasa un poco a todos), nunca se agachan para recoger sus inmensas cacas, se juntan en grupos compactos y excluyentes, se palmean la espalda y se ponen muy nerviosos cuando el can no les obedece. Son famas en toda regla.

El orden de mis simpatías es chucho, pastor, dálmata, labrador, peluche animado y perro que asusta. Naturalmente, es sólo mi criterio y se fundamenta en que yo tengo una chucha que cuando quiere acude a la voz de Loba. Diré en mi descargo que ya no quedan hechos ni huevos de corral: todo es opinión

sábado, 15 de agosto de 2009

Embellecer la vida no es difícil

Estuve en La Habana. Di la mano
al caballero de París. Una bruja
me aconsejó rezar a la Virgen de Regla
desde el malecón. Conocí a Yailén. Vi
la falsa tumba de Cortázar. El azar
me condujo a la playa de Guanabo,
patria de Bola de Nieve, me bañé
más allá de la última caseta. Vi atardecer
el veintitrés de julio, una nube
ocultó a nuestra vista el rayo verde.
Di mi última calada en Valle de Palmira.
Abandoné los chicles. Tomé fotografías
que debieron velarse. A caballo
rompí el silencio de la selva.
De regreso a Valencia me acompaña un hidalgo
que enloqueció para poder contar
su vida sin sonrojo. Tantas ocupaciones
impiden concentrarse en lo que importa.
Y el verano sigue.

domingo, 9 de agosto de 2009

Psicoanalista Heidegger

El mismo fundamento existenciario tiene otra posibilidad esencial del hablar, el "callar". Quien calla en el hablar uno con otro puede "dar a entender", es decir, forjar la comprensión, mucho mejor que aquél a quien no le faltan palabras. El decir muchas cosas sobre algo no garantiza lo más mínimo que se haga avanzar la comprensión. Al contrario: la verbosa prolijidad encubre lo comprendido, dándole la seudoclaridad, es decir, la incompresibilidad de la trivialidad. Pero callar no quiere decir ser mudo. El mudo tiene, al revés, la tendencia a "decir" algo. Un mudo no sólo no ha probado que no puede callar sino que le falta incluso la posibilidad de probarlo. Y no más que el mudo muestra el habituado por naturaleza a hablar poco que calla y puede callar. Quien nunca dice nada tampoco puede callar en un momento dado. Sólo en el genuino hablar es posible el verdadero callar. Para poder callar necesita el "ser ahí" tener algo que decir, esto es, disponer de un verdadero y rico "estado abierto" de sí mismo. Entonces hace la silenciosidad patente y hecha abajo las "habladurías". La silenciosidad es un modo del habla que articula tan originalmente la comprensibilidad del "ser ahí", que de él procede el genuino "poder oír" y "ser uno con el otro" que permite "ver a través de él".
Martin Heidegger, Ser y tiempo, parágrafo 34

miércoles, 5 de agosto de 2009

Trópico utópico

Di la mano al caballero de París. Vi atardecer desde Guanabacoa, patria de Bola de Nieve. Estuve en La Habana. Una bruja me aconsejó rezar a la Virgen de Regla desde el malecón. Conocí a Yailén. Vi la tumba de Cortázar. Fumé mi último cigarrillo, hecho por un guajiro con el mejor tabaco de la isla, en el valle de Palmira. Abandoné los chicles. Leí Apuesta al amanecer y La Sonata a Kreutzer. Leo El Quijote junto a los peligrosos comentarios de Miguel de Unamuno. Tantas ocupaciones impiden concentrarse en lo que importa. Y el verano sigue.