martes, 30 de agosto de 2016

La pared de enfrente

Lo mismo hay hombres tan ocupados que sólo miran las paredes cuando hacen uso del urinario y mujeres que no las miran nunca.

viernes, 19 de agosto de 2016

Vodevil

Y pensar que todo este disparate se arreglaría si pudiéramos votar para elegir al presidente del gobierno.

sábado, 13 de agosto de 2016

Punto de vista

Como a pesar de todo el prestigio que ostenta su contemplación, el mar termina por aburrirnos, hoy todo un sector de la playa ha estado pendiente del drama de un perro que recorría el tramo de orilla cada vez mayor que separaba a sus dueños sin decidirse a permanecer con ninguno. Yo no sé si su intención era reunirlos o si era la pura indecisión o incluso el miedo a manifestar rechazo lo que le llevaba a esos desesperados viajes de ida y vuelta. Fuera cual fuera la causa, me identifico del todo con cualquiera de esos motivos: persona o perro, a nadie le gusta la renuncia que implica cualquier elección, aunque a la vista estaba, para deleite y aviso de todos los contempladores, la locura y el cansancio de no decidir.
Finalmente, la sensatez se ha impuesto y como brújula bien orientada el animal ha decidido acompañar a la persona que iba hacia el norte, que es la zona de playa donde se permiten perros, además de lo que preferían los dueños y todos los que presenciábamos la escena, porque tratándose de vidas ajenas que te pasan por delante, las cosas se ven con una claridad que ya quisiera uno para sus mares de dudas que ni siquiera tienen orillas para alejarse y decidir mirando desapasionadamente en lontananza.

viernes, 5 de agosto de 2016

Escrito en la arena

Cada tarde, mientras paseo por la orilla, tengo que dar breves rodeos a fin de no pisar los "te quiero" escritos en la arena. Yo no sé si los "te quiero" de la orilla equivalen a los escritos en los árboles, si la cosa depende de en qué lugar te pille la efusión sentimental, o si uno se desplaza deliberadamente a escribirlos. Lo cierto, es que las consecuencias de escribir en la arena o sobre un tronco son bien diferentes. El agua moribunda que llega a la orilla, aunque en ella naden esos jurelillos tan simpáticos y difíciles de ver para quien no camina atento al suelo, siempre produce melancolía, más aún si a su paso borra lo escrito en la arena.
Como decía, suelo dar breves rodeos para no interferir en el trabajo del mar. Ayer, de camino a la toalla, además de rezarle a San Pancracio como hago siempre a fin de que mis cosas permanezcan intactas donde las dejé, me entretuve un rato pensando en que somos animales sentimentales que en lugar de trazar líneas rectas pierden el tiempo rodeando lo que es sagrado. Y en que al paso que vamos, cada vez más rápido y rectilíneo, lo sagrado corre serio peligro de desaparecer engullido por la técnica. Y en que es precisamente nuestro sentimentalismo y nuestras pérdidas de tiempo lo que nos diferencia de las gaviotas y las máquinas que limpian la playa de la Patacona, en este caso particular.