Un hombre rubio
pateando la acera de la Ronda norte mientras espera el verde con el móvil
sujeto con belcro al brazo, chaqueta naranja de goretex, mallas negras y
calcetines fosfi que le cubren casi entera la pantorrilla. En la otra acera uno
con sombrero de paja, vaqueros raídos, jersey de pico granate, ambos pies
hincados en los bordes de la acequia y el lomo agachado para abrir las
compuertas y regar su patatar. He calculado que una bala de fusil tardaría una
centésima de segundo en viajar hasta el primero. Una patata tardaría algo más,
pero igualmente impactaría, porque la distancia es corta, la munición abundante
y el blanco conspicuo, necesario, indiscutible.