No recuerdo ya lo que estaba diciendo, uno de esos sermones que endoso a mis alumnos al empezar las clases para liberar esa vena retórica que las matemáticas me impiden desarrollar. El caso es que cuando yo estaba más encendido, levanta la mano Jasmin:

"Ignacio, mientras hablas de la vida, ¿Puedo ir a la taquilla?"

Buscando en internet coches de más de cien caballos y después sentarme en el sillón a leer los diarios de Tolstoi. Haciendo como si literatura y vida no fuesen lo mismo.

En que el tal Willy Toledo no es un delincuente estaremos de acuerdo; y en que es un maleducado espero que también.

A partir de cierto punto ya no hay vuelta atrás. Hay que llegar a ese punto.

                                                                                           (Franz Kafka)

Ella está sola en la mesa de mi izquierda. Al cabo de un rato llega él, mirando el reloj y excusándose. "Por fin te veo", le dice. Y enseguida cada uno se queda absorto en su móvil. Hasta ese momento pensé que se trataba de una cita a ciegas.

Tres penachos de hierba, raquíticos

pero reales entre la hierba artificial

que rodea la piscina del polideportivo.

Y arriba, a mi derecha, la ladera tupida

de pinos enanos en cuya cúspide hay un antena

que el viento no mueve. Por mí como si hubiera

un indio apache dando un grito de guerra

que encabrite las aguas y nos despierte

del letargo estival. Pero no cae esa breva,

pues ahora, que el último bañista

abandona el recinto, el agua recupera

su tersura y el socorrista pliega las sombrillas.