sábado, 31 de octubre de 2009

Auden

Solo conozco a un poeta angloescribiente más difícil de traducir que Auden, se llama Robert Frost y los motivos para la dificultad aparte de un vocabulario muy localista (Frost como todos los buenos escritores es provinciano), es que, perdido el ritmo que imprime al idioma inglés, en castellano sus versos suenan duros y ripiosos. En cualquier caso, hay algo misterioso en esta imposibilidad de traducir a Frost.
Pero era de Auden de quien quería hablar. A todo el mundo le gusta Auden, o al menos casi todo el mundo dice que le gusta, es algo así como el Gil de Biedma mundial, pero muy pocos se atreven dar una explicación coherente de su poesía, sobre todo de la de su etapa juvenil, la más enigmática. Algunos traductores, caso de una reciente traducción de Galaxia Gutenberg, han fracasan en el empeño. No se entiende, que un prólogo tan erudito vaya seguida de una traducción tan mejorable, no ya por esa propensión a mantener un ritmo endecasílabo a costa de alterar el sentido, sino porque algunos poemas tienen fallos inexplicables de interpretación. Mucho mejor (la mejor de las tres que conozco) es la traducción que publicada por Lumen del simple novelista (recuerdese el poema de Auden del novelista gris versus el poeta egocéntrico) Eduardo Iriarte. Como dice Auden en el magnífico elogio fúnebre de Henry James: porque es infinita la vanidad de nuestra vocación intercede por la traición de todos los escribanos. El traductor de Galaxia traduce en este caso literalmente, alterando el sentido, oficinistas, cuando precisamente un oficinista nunca hubiera traicionado el verso. Pues eso, mejor oficinistas o novelistas para traducir poesía que poetas, porque un poeta (es su trabajo) nunca evitará la tentación de mejorar el original. Y, por lo general, el traducido es mejor poeta que el traductor.

Todo esto viene a cuento de la traducción de un poema de la etapa juvenil de Auden que voy a tratar de interpretar para demostrar que las explicaciones nunca agotan el misterio de los poemas buenos y destripan los malos. El poema en la traducción de Iriarte quien, por cierto, también es traductor de Bukowski, un gran poeta que escribió demasiado situado en las antípodas de Auden, ligeramente cambiada por mí, espero que para mejor, en algunos de sus versos, dice así:


The secret agent

Control of the passes was, he saw, the key
To this new district, but who would get it?
He, the trained spy, had walked into the trap
For a bogus guide, seduced by the old tricks.
At Greenheart was a fine site for a dam
And easy power, had they pushed the rail
Some stations nearer. They ignored his wires:
The bridges were unbuilt and trouble coming.

The street music seemed gracious now to one
For weeks up in the desert. Woken by water
Running away in the dark, he often had

Reproached the night for a companion
Dreamed of already. They would shoot, of course,
Parting easily two that were never joined.



El agente secreto

Controlar los permisos era, según se vio, la clave
para acceder a este nuevo distrito, ¿pero quién llegaría?
Él, el espía avezado, había caído en la trampa
por culpa de un falso guía, seducido por viejas tretas.

En Greenhearth había un buen lugar para una presa,
energía al alcance de la mano con que hubieran
llevado las vías unas estaciones más allá. Pero ignoraron sus telegramas.]
Los puentes estaban por construir y se avecinaban problemas.

Ahora la música callejera sonaba grata
a quien estuvo semanas en el desierto. Desvelado por el agua
que se alejaba en la oscuridad, a menudo había
reprochado a la noche la carencia de un compañero
largamente soñado. Dispararían, claro,
separando fácilmente a dos que nunca llegaron a juntarse.



Y ahora la interpretación que propongo:



El poema, y esto es indiscutible, tiene que ver con las dificultades para obtener desahogo sexual con otro hombre. Los homosexuales, y más, supongo en los años veinte, actúan como agentes secretos o espías que deben intuir a los de su condición y encontrarse clandestinamente. Seguramente tantas eran las ganas, la sed, del joven Wystan que debió de engañarse confundiendo la orientación sexual de alguien, de ahí la referencia al falso agente. Yo no sé si Auden estuvo en Greenhearth, lo decisivo es que debió pasar por un periodo de necesidad simbolizado por la presa (agua para el sediento) y la energía cuya palabra inglesa, power, potencia, tiene un claro componente sexual. La imposibilidad del encuentro está claramente expresada los versos referidos a la falta de puentes y comunicaciones ferroviarias.

En la última estrofa, la más explícita, me atrevería a decir que la música callejera se refiere a lo fácil que es confundirse, y tratar de beber en fuente equivocada cuando se tiene sed. Está claro que el agua soñada y esperada que no llega y que remite a la presa y la energía del principio, es el encuentro largamente anhelado y frustrado, sintetizado en el magnífico último verso del poema.

Por cierto, vanidad de vanidades, acabo de leer en un comentario de Fuller una interpretación de orden psicoanálitico que seguramente es más atinada y se refiere a un conflicto íntimo entre sus deseos (el agente secreto) y la férrea censura puritana auto impuesta para reprimirlos (el falso agente). Ambas interpretaciones no son incompatibles pero si hay que decidir me inclino por la de Fuller que conoció directamente a Auden.

sábado, 24 de octubre de 2009

Arcadi espada

Puestos a perder el tiempo con la actualidad informativa, prefiero hacerlo leyendo a periodistas inteligentes como Arcadi Espada. Andan gatos y liebres tan mezclados que yo a los periodistas les pido lo mismo que a cualquier otro escritor, que a Tucídides, pongamos por caso: no aburrirme leyéndolos. Arcadi, independientemente de su ideología que no se me da un ardid, consigue divertirme. Dejo aquí un fragmento de su blog de internet referido a las lágrimas con que Ricardo Costa recibió la noticia de su destitución.



Las lágrimas de Costa

Las lágrimas han sido lo más interesante de esta historia. Al parecer fueron precedidas por un desgarrado lamento: “Presidente, ya está bien, presidente “, que daba cuenta de lo que se avecinaba. Los pucheros del secretario Costa han conmovido a medio mundo. El prestigio de las lágrimas es, hoy por hoy, invencible y en este caso se vincula, además, con la suerte de mantra que exige a los políticos que sean hombres como los demás. Las lágrimas autentifican el password de la humanidad posmoderna. No importa que se esperase de él que fuera a ser hombre de una pieza, que hablara claro y pronunciado (porque hay mucho que habla como ahora se lee: es decir por aproximación) sobre la injusticia que se iba a cometer, que se defendiera de una manera sobria, seca y contundente y que a la inevitable hora de morir matara con estilo y fundamento. ¡Quia! Sólo lagrimitas. ¿Sangre? Una tomatina de Buñol.
Estoy al corriente del cambio de valencia que ha sufrido la palabra versátil. Antes era un insulto para hembras y hoy es elogio de futbolistas. Se elogia la flexibilidad, la adaptabilidad; se busca el media punta, que ni es medio ni punta, pero sabe llorar. Un hombre entero es un anacronismo en estos días de patchwork y en realidad estoy contento, porque nada me hace más feliz que escribir como un carcamal. Pero añoro la hombría, ¡qué vachaché! El traslado de las emociones fuera de su privacidad natural me parece una de las ceremonias más obscenas que amenazan al cautivo mediático. Mediático, of course: la mayoría de lágrimas contemporáneas nunca se habrían producido fuera de foco.

viernes, 16 de octubre de 2009

Kavafis

Kavafis, redescubierto estos días, es un escritor que me gusta. Enemigo de la ocultación, viril, austero, moralista, creador de poemas cerrados, certeros y parcos en adjetivos. Ofrezco aquí una versión confeccionada a partir de traducciones inglesas y la excelente versión catalana de Joan Ferraté.

La fuente de este poema está en Plutarco, que en sus Vidas Paralelas cuenta que cuando Octavio, el futuro emperador Cesar Augusto, asediaba Alejandría, el dios Dioniso abandonó la ciudad con su cortejo, dejando a Marco Antonio sin protección.

El dios abandona a Antonio

Cuando, de pronto, a media noche, escuches
un cortejo invisible que se aleja
con músicas insólitas, con gritos
-Tu suerte decidida, tus trabajos
perdidos, todo designio de tu vida
errado- no lo lamentarás inútilmente.
Como quien va dispuesto de antemano,
como un hombre valiente, despide a Alejandría.
Sobre todo, no te mientas diciendo
que era un sueño, que te engañó el oído,
no cedas a tan vanas esperanzas.
Como quien va dispuesto de antemano,
como un hombre valiente a quien
cupo el honor de merecerla, no lo dudes
acude a la ventana escucha y goza
como último deleite, conmovido,
pero sin llanto o queja pusilánime,
los sones exquisitos de la hueste secreta,
y a esta ciudad que pierdes, dile adiós.

viernes, 9 de octubre de 2009

Tres poemas de Roger Wolfe

Podría dar muchas razones por las que Roger Wolfe es un poeta más interesante que muchos de sus coetáneos. Ahí va una: es imposible subrayarle un verso

Fin del mundo

Noche de sábado hacia el final
de la primera década del siglo XXI.
Ruidos de cristales rotos en el parque;
gritos de histéricas quinceañeras borrachas,
energuménicos aullidos de adolescentes intoxicados.
Ramas que se tronchan, persecuciones, alaridos...
Imagino los campamentos de los bárbaros
que cercaban el Imperio con su lento avance inexorable.
Sólo faltan las fogatas.
En lo más alto del cielo,
la luna que Cernuda contemplaba en Méjico
resplandece, imperturbable.
Ha visto
el fin del mundo muchas veces.


Camino de ronda

Un taxi, muy de noche.
Arriba, las estrellas.
«Esto no es como las ciudades»,
me dice el chófer.
«Ya», le contesto, adormilado.
El coche avanza, derramando
haces de luz por los sembrados.



Un viejo con un sombrero de paja

Puesto que aún no puedo irme
por lo visto al otro barrio,
me gustaría hacerme viejo
más deprisa, más deprisa;
y estar sentado en una silla
al sol del mediodía.
Que hubiera un poco de mar.
Que hubiera un poco de cielo.
Y luego... Pongámosle al abuelo
un sombrero de paja en la cabeza.
Y un cigarro entre los dedos.
Y dejémoslo —ahora sí—
ahí quieto; medio lelo,
pero tranquilo y solo.





jueves, 1 de octubre de 2009

Winesburg, Ohio, Sherwood Anderson


Si esta fuera una crítica de Seda, el Best Seller de aquel italiano de cuyo nombre no quiero acordarme que osó reescribir la Illiada eliminando a los adorables dioses olímpicos, bastaría leerla al revés para obtener la crítica de Winesburg Ohio. Porque Sherwood Anderson escribe al borde del sentimentalismo pero a diferencia del otro no se despeña, retrocede u oculta en la retórica.

Estos cuentos o retratos narran la vida de algunos personajes de un pueblecito norteamericano vistos la mayoría de las veces a través de los ojos del joven reportero George Willard que conduce la historia. Si resultan poéticos no es porque el autor se lo haya propuesto como premisa, lo son por la finura de sus observaciones, porque entre líneas se dice mucho más de lo que se lee. Para saborear estas historias se precisa de un hábito lector similar al que pide por ejemplo Antonio Machado, de quien Sherwood, con su aparente monotonía y voz asordinada es pariente literario cercano.

El narrador, aunque omnisciente, no se aparta un ápice de las cabezas de los personajes, nunca comete la imprudencia de sobrevolarlos como el halcón detenido en la llanura de Montale. Hasta los recursos literarios de los que se vale Andersen, las comparaciones, por ejemplo, a veces largos excursos de más de media página se nutren de elementos extraídos de la propia historia que lo mismo aportan información nueva que iluminan sobre lo ya leído.Todo lo contrario a la comparación que me ha salido arriba y sirve de contraejemplo.

Cada cuento está dedicado a un personaje y, por lo general, narra un suceso que marcó su vida y explica su presente. Aunque los retratados se presentan con piedad, simpatía, delicadeza y respeto, Sherwood no nos ahorra las mezquindades de estos seres excéntricos, más inteligenes, o brutales, o inocentes que sus conciudadanos. Hombres, mujeres sobre todo, constreñidos por la presión social y marcados por la industralización que a finales del XIX cambió la faz y el modo de vida de muchas poblacioes norteamericas.

En todas estas historias de modo muy freudiano y nada explícito está presente la sexualidad insatisfecha, el anhelo no correspondido, lo que oscuramente a la vista de la exhuberante naturaleza que rodea al pueblo se intuye que pudo haber sido y no fue. También las diversas formas de encajar la frustración, a cada una un tipo de excentricidad diferente, pero todas ellas tan dignas como sobrias.

Es difícil destacar un cuento de un conjunto tan compacto y nivelado que es casi una novela, quizás el que abre el volumen: “Manos” que bien pudiera haber firmado Raymond Caver de quien Sherwood por su abocetamiento, sus elipsis, su lenguaje sencillo y hasta su forma de titular es claro e indisimulado precedente. Me tienta decir que los personajes de Anderson con su inocencia y brutalidad, todavía no uniformizados por la opinión pública, dotados de conciencia merecen una piedad que pocas veces se otorga a los de Carver. Si se me disculpa el tecnicismo diré que mientras Sherwood refleja el mundo edípico de principios de siglo, Carver es el cronista de una sociedad mucho más oral y visceral, de un trauma más temprano donde la conciencia aún no ha tenido tiempo de asentarse y es sólo maquillaje social.

La excelente traducción que firma Miguel Criado en la edición de Acantilado también merece unas palabras. La he cotejado con la versión inglesa, muy fácil de leer por cierto con un nivel medio, y con traducciones anteriores. Hasta es demasiado buena. Es casi imposible mejorarle una sola frase. Todo lo contrario sucede con las otras ediciones consultadas.

Un libro, en fin, que devorarán quienes deseen reconciliarse con la maltratada lírica. ¡Ay, si Machado hubiera sabido ingles!