sábado, 24 de octubre de 2009

Arcadi espada

Puestos a perder el tiempo con la actualidad informativa, prefiero hacerlo leyendo a periodistas inteligentes como Arcadi Espada. Andan gatos y liebres tan mezclados que yo a los periodistas les pido lo mismo que a cualquier otro escritor, que a Tucídides, pongamos por caso: no aburrirme leyéndolos. Arcadi, independientemente de su ideología que no se me da un ardid, consigue divertirme. Dejo aquí un fragmento de su blog de internet referido a las lágrimas con que Ricardo Costa recibió la noticia de su destitución.



Las lágrimas de Costa

Las lágrimas han sido lo más interesante de esta historia. Al parecer fueron precedidas por un desgarrado lamento: “Presidente, ya está bien, presidente “, que daba cuenta de lo que se avecinaba. Los pucheros del secretario Costa han conmovido a medio mundo. El prestigio de las lágrimas es, hoy por hoy, invencible y en este caso se vincula, además, con la suerte de mantra que exige a los políticos que sean hombres como los demás. Las lágrimas autentifican el password de la humanidad posmoderna. No importa que se esperase de él que fuera a ser hombre de una pieza, que hablara claro y pronunciado (porque hay mucho que habla como ahora se lee: es decir por aproximación) sobre la injusticia que se iba a cometer, que se defendiera de una manera sobria, seca y contundente y que a la inevitable hora de morir matara con estilo y fundamento. ¡Quia! Sólo lagrimitas. ¿Sangre? Una tomatina de Buñol.
Estoy al corriente del cambio de valencia que ha sufrido la palabra versátil. Antes era un insulto para hembras y hoy es elogio de futbolistas. Se elogia la flexibilidad, la adaptabilidad; se busca el media punta, que ni es medio ni punta, pero sabe llorar. Un hombre entero es un anacronismo en estos días de patchwork y en realidad estoy contento, porque nada me hace más feliz que escribir como un carcamal. Pero añoro la hombría, ¡qué vachaché! El traslado de las emociones fuera de su privacidad natural me parece una de las ceremonias más obscenas que amenazan al cautivo mediático. Mediático, of course: la mayoría de lágrimas contemporáneas nunca se habrían producido fuera de foco.

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