jueves, 25 de marzo de 2010

Luis y yo

Ayer asistí a la conferencia-recital que Luis García Montero ofreció en Valencia. La primera vez que lo vi y pude hablar con él fue en los cursos de verano del Escorial hará cinco o seis años. Recuerdo que, armándome de valor, en el hall de la residencia me acerqué a él y le regalé un ejemplar de Ladrón de horizontes. Hablamos unos minutos y él me insistió en que le dedicara el libro. Pasé un mal trago porque ni tenía nada preparado ni se me ocurría en ese momento. La verdad era que Luis, aún respetándolo mucho, ya había dejado de gustarme tanto. Transcurrían los segundos, y cuando la situación empezaba a ser insostenible, sucedió algo que me pasa con frecuencia en similares lides: la sangre afluyó y el cerebro (dejemos el corazón para otros menesteres de mayor calado), empezó a funcionar. Lo primero que pensé fue: Para Luis, mejor persona que poeta, pero lo descarté, y eso que afirmaría lo mismo de Don Antonio a quien adoro como poeta. Tal vez lo hubiera tomado como lo que seguramente era: una grosería imperdonable. Después, en décimas de segundo, se me ocurrió una segunda: Para Luis, el primer poeta vivo que me conmovió. La descarté también porque aparte de no ser del todo cierto (el primero fue Ángel) y de la pedantería que suponía vanagloriarse de haber leído a Jorge, Lope, Francisco o Luis antes que a Luis, me pareció una dedicatoria de cierto tufillo y vocación necrófilas. Aunque ya era un clásico, Luis todavía no había escrito Vista Cansada ni había cumplido los cincuenta ni dictaba conferencias como la de ayer, y daba la sensación de que yo pretendía de enterrarlo antes de tiempo. Al final, con la inseguridad propia de la timidez, me decidí por esta, sincera como pocas, que no leyó, y aún me sigue gustando por su involuntario desparpajo:
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Para Luis con afecto de Ignacio
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Todo esto podría venir a cuento de que ayer Luis contó una situación muy similar vivida por él con Blas de Otero. Luis, con más reflejos seguramente que yo, según dijo ayer, le puso:
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Para Blas (es de suponer que añadiría el de Otero) cuyos versos encendieron mi vocación poética.
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A lo que Blas, que sí leyó la dedicatoria, con más reflejos que Luis y que yo, le respondió:
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-Espero que me perdones.

domingo, 21 de marzo de 2010

Anna Karenina

Mil páginas y ni un sólo punto suspensivo. No cabe mayor elogio.

jueves, 11 de marzo de 2010

Muera la muerte

Vaya por delante que Unamuno no es uno de mis escritores preferidos. Sin embargo, tuvo a mi entender un don mucho más valioso que el de la escritura: fue un hombre valiente (un raro adjetivo, apenas ya redundante con la palabra hombre, en estos tiempos tan merinochurros). Para percatarse de ello, basta leer el discurso que improvisó en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca en plena guerra civil ante el general Millán Astray que había llegado como acostumbraba escoltado por legionarios armados con metralletas para celebrar el Día de la Raza. Aparte de una enorme inteligencia se precisa un temple de acero para hilar tal discurso en tal situación. El mismo temple que tuvo su admirada Ántígona en la valiente defensa que hizo de su hermano ante su padre, el rey Creonte.

El borrador del discurso que Unamuno, quien pese a ser el Rector no tenía pensado intervenir en el acto, garabateó en una cuartilla mientras se desarrollaban intervenciones anteriores repletas de tópicos loando la cruzada contiene sólo las siguientes palabras: "Guerra internacional/Occidental –cristiana/Odio y conmpasión/Lucha-unidad/Cóncavo-convexo/Odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora/"y alguna que otra más, poco legible.

Dejo aquí casi todo del discurso, comentado por Andrés Trapiello, junto a las intervenciones de Millán Astray, que en un estado de nervios creciente no cesaba de interrumpirle:

"Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. Callar, a veces, significa mentir porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia.

Había dicho que no quería hablar, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra sólo es una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión: el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no inquisición (…)”

Millán Astray, que llevaba un buen rato nervioso, golpeaba con su única mano la mesa e interrumpió con impertinencia: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?”. Hizo entonces uso de la palabra pronunciando un breve discurso dictado por la histeria en defensa de la rebelión militar, hubo vítores, voces y bufidos. Tras ellos Unamuno reanudó su intervención

“Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de ¡Viva la muerte! Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que me he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de los que no las comprendieron, he de decirles como autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una manera excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y es otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos en España. Y pronto habrá más, si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre (no un superhombre) viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de la superioridad de esa superioridad del espíritu, suele sentirse aliviado viendo como aumenta el número de inválidos a su alrededor.

El general Millán Astray no es uno de los espíritus selectos, aunque sea impopular o, quizá por esta misma razón, porque es impopular. El general Millán Astray quisiera crear una España nueva (creación negativa, sin duda) según su propia imagen. Y por eso desearía ver a España mutilada, como inconscientemente dio a entender.”

En este punto Millán Astray interrumpió al grito de “¡Muera la inteligencia!” matizado por un José María Peán que intentaba restañar lo irrestañable con el de “¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”.

Es imaginable la pita que se armó entre falangistas profesores y público frente a un viejo que se había atrevido a decir lo que nadie en España, en aquellas circunstancias habría sido capaz de espetarle a un ser moralmente tan repulsivo. Cuando Unamuno logró hacer de nuevo el silencio continuó:

“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuera bruta. Pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil –concluyó- pediros que penséis en España”.



jueves, 4 de marzo de 2010

Billy Collins

Podría dar mil motivos por los que Billy Collins me parece un gran poeta, pero esta vez, qué descanso, prefiero ceñirme a los puramente biológicos: cada vez que lo leo se me pone una sonrisa de oreja a oreja.


Love
The boy at the far end of the train car
kept looking behind him
as if he were afraid or expecting someone
and then she appeared in the glass door
of the forward car and he rose
and opened the door and let her in
and she entered the car carrying
a large black case
in the unmistakable shape of a cello.
She looked like an angel with a high forehead
and somber eyes and her hair
was tied up behind her neck with a black bow.
And because of all that,
he seemed a little awkward
in his happiness to see her,
whereas she was simply there,
perfectly existing as a creature
with a soft face who played the cello.
And the reason I am writing this
on the back of a manila envelope
now that they have left the train together
is to tell you that when she turned
to lift the large, delicate cello
onto the overhead rack,
I saw him looking up at her
and what she was doing
the way the eyes of saints are painted
when they are looking up at God
when he is doing something remarkable,
something that identifies him as God



Amor
El chico del final del vagón
miraba hacia atrás
como si tuviera miedo o esperara a alguien,
entonces apareció ella en la puerta de cristal
y él se levantó
abrió la puerta y la dejó pasar
y ella entró cargando
un enorme estuche negro
con la inconfundible forma de un violoncello.
Parecía un ángel de frente amplia,
con los ojos oscuros y el pelo
recogido en la nuca con una cinta negra.
A causa de todo esto
él parecía un poco azorado
en medio de la felicidad de verla,
mientras que ella estaba allí sencillamente,
existiendo de manera perfecta como una criatura
de cara delicada que tocaba el cello.
Y el motivo por el cual escribo esto
en el reverso de un sobre de manila
ahora que se han bajado juntos
es deciros que cuando ella se dio la vuelta
para poner el enorme, delicado cello
en el portaequipajes,
lo vi mirándola
y mirando lo que hacía
en la forma en que están pintados los ojos de los santos
cuando miran a Dios
y Él está haciendo algo maravilloso,
algo que lo identifica como Dios.

Traducción modificada de Camilo Rojas