domingo, 30 de mayo de 2010

Un contemporáneo

Seducido por la variedad de estímulos olvidó las consecuencias de su obrar. Falto de culpa, quedó excluído del sentimiento trágico que hunde a los hombres en ella, pero también del orgiástico que mediante la demencia los eleva y redime. Vivió como un animal y murió de aburrimiento

jueves, 27 de mayo de 2010

El esteta y su víctima

Gracias a sus poderosas cualidades intelectuales sabía tentar maravillosamente a las muchachas y atraerlas hacia sí, sin preocuparse para nada de poseerlas. Me lo imagino sin ninguna dificultad llevando a una joven hasta ese punto en que él tenía la certeza de que ella lo sacrificaría todo por su amor. Pero él, si se había llegado tan lejos, cortaba inmediatamente por lo sano, sin mostrar el más leve indicio de acercamiento, sin pronunciar siquiera una sóla palabra de amor y, muchísimo menos todavía, una declaración formal, una promesa. Y, sin embargo, la cosa había ocurrido ya, y la pobre desgraciada conservaba una conciencia doblemente amarga del hccho. Porque, de un lado, no tenía nada que alegar y, de otro, se sentía zarandeada, como en una danza macabra, por las más contrarias reacciones, ora reprochándose todo a sí misma y perdonándole, ora reprochándoselo todo a él. Y, en definitiva, puesto que la relación sólo había tenido realidad en el sentido impropio, le asaltaba la duda de si todo ello no había sido más que un producto de su imaginación.
Sören Kierkegaard, Diario de un seductor. (trad. Demetrio Gutierrez Rivero)

miércoles, 19 de mayo de 2010

Ayuda sin paliativos

El único motor del cambio es el atrevimiento. ¿Cuándo nos atrevemos? Nos atrevemos cuando nos sentimos contra la pared, cuando cualquier otra opción significa una incomodidad tan grande que casi no queda otro remedio. ¿Cómo se consigue esa incomodidad? A través de la psicoterapia que, si lo es de verdad, te coloca contra las cuerdas, te deja tan incómodo en tu piel que no cabe otra alternativa más que salir de ella aunque escueza. Otro motor del cambio son los acontecimientos trágicos porque ante ellos la cobardía cotidiana pierde peso y pensamiento y acción se simplifican y aclaran. El pensamiento enmarañado suele ser producto de la ambigúedad y de la cobardía. Es risible y paradójico (o no) que el mejor momento para el cambio seguramente sea la muerte, porque no hay futuro contra el que prevenirse y los lastres pasados resultan irrisorios ante la magnitud del acontecimiento.

No se trata de atreverse ante cualquier circunstancia (un ocho mil se escala por cobardía). El atrevimiento ante las figuras de autoridad: jefe, profesor, un amigo con ascendiente sobre ti, alguien detrás de una barra… curan las heridas infligidas por el padre. El atrevimiento en las relaciones íntimas (seguramente el más difícil) si estemos enamorados, curan las infligidas por la madre. Cuando una pieza de dominó cae las otras suelen ir detrás. La tarea primordial de psicoterapueta es tocar la piezas adecuadas en el momento adecuado.

Y no hay más, la valentía (ya lo dije) es el motor del cambio, pero la valentía precisa un paso previo: la incomodidad en la propia piel. En este sentido quien sufre ya tiene, parte de la mitad del camino hecho. Digo parte porque quien sufre suele buscar desesperadamente alivio a su sufrimiento, y es fácil que le vendan la burra de los buenos consejos, del sentido común, o de los psicofármacos administrados alegremente que, a la larga, tras un primer alivio, te vuelven más culpable o sufriente o, en el peor caso, más fósil. En este sentido el conductismo puro y duro casi me merece más respeto que el cognitivismo o que ese hipermercado de las llamadas terapias humanistas (las más fraudulentas). Basta

miércoles, 12 de mayo de 2010

Duda analógica:

¡Que cada palo aguante su vela!
Que cada palo aguante su vela
¿Que cada palo aguante su vela?

(Cuál de ellas, y si todas, ¿en qué orden?)

lunes, 10 de mayo de 2010

Tinta invisible

A veces cuando viene gente a casa se admira de la cantidad de libros que hay, pero el otro día una chica en lugar de los libros se quedó mirando una estantería de hierro hecha por un artesano marroquí que verdaderamente es preciosa. No sé porqué me acordé de mis excursiónes por el campo cuando estudiaba botánica. Me recuerdo guía en mano tan preocupado por identificar las plantas que dejaba de mirarlas. Quizas sea inevitable, en el momento en que vemos algo buscamos compararlo con lo conocido y acabamos prescindiendo de su propia individualidad. Por eso el misterio, que podría definirse como lo que no admite comparación, es seguramente lo más característico del arte. Porque anula la lógica y nos coloca ante los objetos del mundo sin la mediación del pensamiento No obstante a veces sucede que se confunde los misterioso con lo incomprensible. La línea que separa ambos conceptos, aunque bien delimitada, es delgada, sutil y alberga no pocas trampas. Pero al artista no le cabe otra opción que arriesgarse a transitarla.

martes, 4 de mayo de 2010

Miedo

Anteayer, mientras paseaba por el Valle de la Murta, una amiga de puro contento se puso a trotar como un potrillo. De repente me acordé de que en el colegio nos enlazábamos por los hombros y avanzábamos a saltos pregonando a lo que queríamos jugar. Empezaba uno, los otros se sumaban y cuando estimábamos que éramos suficientes comenzaba el juego. Me acuerdo de que yo nunca empezaba por miedo a que nadie se uniera y me quedara solo cantando. Me acuerdo también del mal rato que pasaba cuando quien comenzaba el pregón era un niño impopular por temor de que nadie se juntara con él. Me acuerdo de que admiraba su valentía pero no le secundaba porque mi solidaridad era inferior al miedo a que ningún tercero se nos uniera. Si el niño que empezaba a cantar era un líder tampoco le acompañaba de inmediato por temor a su rechazo y por miedo a que los otros pensaran que trataba de arrogarme un puesto que no me correspondía. Me acuerdo bien de todo esto, sin embargo no consigo recordar a lo que jugábamos.