Fallido intento de leer La Peste. Me ha pasado lo de siempre: muchos libros que me gustaron en mi adolescencia ya o me gustan, pero los que me aburrieron entonces ahora me aburren aún más.
lunes, 21 de septiembre de 2020
domingo, 23 de agosto de 2020
sábado, 15 de agosto de 2020
Tiempos felices
Nuestra sombra nocturna caminando por la acera. Creciente o menguante según avanzamos cogidos de la mano de una farola a otra.
sábado, 20 de junio de 2020
sábado, 13 de junio de 2020
lunes, 18 de mayo de 2020
domingo, 17 de mayo de 2020
jueves, 14 de mayo de 2020
domingo, 26 de abril de 2020
jueves, 16 de abril de 2020
Salud, higiene y otras certezas
Estoy por hacer una muesca en la pared del baño cada vez que me lavo las manos.
sábado, 11 de abril de 2020
Kafka no, Franz
"Cuando vivíamos en Berlín, Kafka iba con frecuencia al
parque de Steglitz. Yo le acompañaba a veces. Un día nos
encontramos a una niña pequeña que lloraba y parecía totalmente desesperada. Hablamos con ella. Franz le preguntó qué era lo que la apenaba, y nos enteramos de que
había perdido su muñeca. Enseguida inventa él una historia con la que explicar aquella desaparición. «Tu muñeca tan sólo está haciendo un viaje. Lo sé. Me ha enviado una carta». La niña desconfió un poco: «¿La has traído?». «No, la he dejado en casa, pero mañana te la traeré».
La niña, ahora curiosa, ya había olvidado en parte su pena.
Y Franz volvió enseguida a casa para escribir la carta. Se puso manos a la obra con toda seriedad, como si se
tratara de escribir una obra. Estaba en el mismo estado
de tensión en el que se encontraba siempre en cuanto se
sentaba al escritorio, aunque sólo fuera para escribir una
carta o una postal. Por lo demás era un verdadero trabajo,
tan esencial como los otros, porque había que preservar a
la niña de la decepción costara lo que costase, y había que
contentarla de verdad. La mentira debía, por tanto, convertirse en verdad a través de la verdad de la ficción. Al día
siguiente llevó la carta a la pequeña, que le estaba esperando en el parque. Como la pequeña no sabía leer, él lo hizo
en voz alta. La muñeca le explicaba en la carta que estaba
harta de vivir siempre en la misma familia, y expresaba su
deseo de experimentar un cambio de aires, en una palabra,
quería separarse por algún tiempo de la niña, a la que quería mucho. Prometía escribir todos los días. Y Kafka, de
hecho, escribió una carta diaria en la que siempre informaba de nuevas aventuras, que se desarrollaban muy deprisa,
de acuerdo con el ritmo de vida especial de las muñecas. Al
cabo de unos días, la niña había olvidado la verdadera pérdida de su juguete y ya sólo pensaba en la ficción que se le
había ofrecido como sustituto. Franz ponía en cada frase
de la historia tanto detalle y sentido del humor, que el estado en que se encontraba la muñeca resultaba del todo comprensible: la muñeca había crecido, había ido al colegio, había conocido a otras gentes. Aseguraba una y otra vez que
quería a la niña, pero aludía a las complicaciones que iban
surgiendo, a otras obligaciones y otros intereses que de momento no le permitían retomar la vida en común. A la niña
se le pidió que reflexionara, y así se la preparó para la inevitable renuncia.
El juego duró por lo menos tres semanas. Franz tenía
un miedo terrible ante la idea de cómo darle fin, pues aquel final debía ser un verdadero final, es decir, debía hacer posible el orden que reemplazara el desorden provocado por
la pérdida del juguete. Pensó largamente y al final se decidió por hacer que la muñeca se casara. Primero describió
al joven marido, la fiesta de compromiso, los preparativos
de boda. Después, con todo detalle, la casa de los recién casados: «Tú misma comprenderás que en el futuro tendremos que renunciar a volver a vernos». Franz había resuelto el pequeño conflicto de la niña a través del arte, gracias
al medio más efectivo del que él personalmente disponía
para ordenar el mundo."
Extracto de los recuerdos de Dora Diamamt en "Cuando Kafka vino hacia mí," Hans-Gerd Koch (ed,)
miércoles, 1 de abril de 2020
Omnipresencia
Cuando recojo una mierda de la Loba y no hay nadie a la vista (y últimamente no hay nadie a la vista) pienso en lo mucho que me reconfortaría que Dios estuviera pendiente de mi acción.
A pie de cama
Como todas las noches la Loba cuando me acuesto acude a mi habitación y posa la cabeza sobre la cama para que la acaricie. Si no lo hago es por temor al virus. La perra que, naturalmente, no entiende nada acusará esa falta de afecto del que tan necesitados estamos..Yo tampoco entiendo mucho o sólo entiendo con la sesera: sólo sé de infectados por los informativos. Ese bicho invisible para mí es una abstracción, trágica, por lo que parece; pero la cabeza de la Loba posándose en mi cama cada noche y yéndose de vacío o o sentada en un rincón a esperar los mimos de antaño, un hecho empírico, urgente e inatendble.
lunes, 30 de marzo de 2020
Ayer y hoy
Giro la cabeza hacia el ventanal y allí está, la misma paloma blanca de ayer posada en el pararrayos de la escuela. Pero como hoy no es ayer deduzco que esa paloma no es la misma y si lo fuera, seguro que su imagen de hoy no coincide exactamente con la de ayer. La repetición de la imagen se debe a la imperfección de la memoria. Si en este confinamiento todo se vuelve igual a sí mismo es porque las imágenes y el sentimiento que las acompaña quedan nuestro recuerdo como abstracciones. Si fuéramos capaces de memorizar prolijamente los detalles del pasado todo sería novedoso en el presente y la diversidad de estímulos con que ansiamos compensar el aburrimiento que causa nuestra desmemoria, innecesaria.
sábado, 21 de marzo de 2020
lunes, 16 de marzo de 2020
Un poco de esperanza
Hace poco estalló una tormenta.
Ya ha pasado.
No tengo perro.
Pero sí zuecos.
Están junto a la puerta
ladrando.
(Werner Aspeström)
Ya ha pasado.
No tengo perro.
Pero sí zuecos.
Están junto a la puerta
ladrando.
(Werner Aspeström)
miércoles, 5 de febrero de 2020
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