martes, 29 de noviembre de 2011

De interés para el votante

La industria de la corrupción

"Sostiene Don Antonio García Trevijano que la corrupción es connatural a la partidocracia. La lucha de las oligarquías de la partidocracia no se dirige a impedir la corrupción sino hacia su propia impunidad. Con cada caso de corrupción que ha saltado a la prensa, hemos asistido al grotesco espectáculo de los mil y un ardides de la clase política, más allá de lo que es la legítima defensa de los implicados, para deslegitimar a la Justicia, a la policía y a los medios de comunicación que se hacían eco de ellos.

Entramados societarios, prestanombres, testaferros, paraísos fiscales; pero también de la presión partidista frente instructores, fiscales y policías, con la finalidad intimidar a quines instruían, investigaban o acusaban, y para trasladar a sus fieles votantes la idea de que eran víctimas de una conspiración, que todo era una falsedad organizada para desprestigiar al partido, para restarle apoyo electoral.

Fernández de la Vega, hoy flamante miembro del Consejo de Estado, antes de cesar como Vicepresidenta del Gobierno, decretó la exclusión de responsabilidad civil de partidos y sindicatos por actos de corrupción de sus militantes. Privilegio al que ninguno de los partidos y sindicatos opuso objeción. Sin duda, el temor a que la Justicia descubriera que ciertas tramas de corrupción estaban autorizadas y dirigidas por las cúpulas partidistas o sindicales, y la conciencia del riesgo en que se encontraban, hizo que el silencio se apoderase de la opinión publicada.

Hoy, la corrupción impune es una verdadera industria; las oligarquías de la partidocracia, con la práctica, han ido depurando sus métodos y sistemas. Nada se deja ya a la improvisación. Han sido tocados los aparatos del Estado encargados de depurar responsabilidades civiles, criminales y administrativas. La reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal que Caamaño promueve, tiene como finalidad la impunidad de la partidocracia, al poner la investigación criminal, hoy en manos de jueces inamovibles, en las de un órgano dependiente del ejecutivo, el Ministerio Fiscal.

No ha bastado a la partidocracia con que la policía judicial sea orgánicamente dependiente del Ministerio del Interior, de manera que el Gobierno se enterase antes que el instructor del resultado de las pesquisas policiales e, incluso se reserve el conocimiento de algunas de ellas. Ni era suficiente que el Fiscal General del Estado fuera nombrado por el Gobierno y atienda sus órdenes sin rechistar. Ni era suficiente que los miembros del CGPJ, que son quienes determinan los ascensos, traslados y deciden disciplinariamente sobre jueces y magistrados, sean nombrados por los partidos.

La corrupción del Estado de partidos está institucionalizada, forma parte del régimen de poder partidocrático, que además de no perseguirla, se blinda de sus consecuencias judiciales y hace cuanto está en su poder, que es mucho, para evitar que los escándalos de corrupción trasciendan a la opinión pública.

Desde el más insignificante puesto de trabajo en cualquier ayuntamiento de España, hasta el contrato público mejor dotados en los presupuestos oficiales, todo lleva el sello de la corrupción. Las decisiones políticas se adoptan en función de los rendimientos que la corrupción pueda deparar a quienes las toman, el interés público está, como los trajes viejos, colgado en un antiguo armario del desván cuya llave se ha perdido.

Hoy se puede denominar este régimen, sin temor a exageración alguna, Estado de Corrupción. La industria de la corrupción institucionalizada y generalizada cuenta con delegaciones partidistas, pero es una y sus reglas y blindajes se consensúan y silencian. Quién sabe si no tardando cotizará también en bolsa."
                                                                                                         
                                                                                 Jose María de la Red





sábado, 19 de noviembre de 2011

Por la abstención

Como hace una día nublado, ideal para esa jornada de reflexión que nos proponen los representantes de los partidos políticos, me he puesto a reflexionar como un descosido sobre los rotos de nuestro sistema político.

Y he aquí el resultado:

Una democracia se fundamenta en dos premisas fundamentales: representatividad popular y división de poderes. Aunque ningún tertuliano lo diga, no es difícil probar de forma irrefutable que el sistema político que gozamos no cumple ninguna.


En cuanto a la soberanía popular

Tú no eliges a tus representantes. Quienes los eligen son los jefes de los partidos políticos. Tú simplemente refrendas una lista, da igual si abierta o cerrada. Quien no obedece al amo no entra en la lista. Por eso en el congreso votan todos a una cuando el amo levanta el dedito. Una calculadora de 3 Euros haría sin problemas el trabajo de 350 diputados.

Para mayor aberración los partidos, son facciones del estado, puesto que los financia a través de nuestros impuestos. Y uno, gaste la demagogia que gaste, al final se debe a quien le paga. Son justo lo contrario de lo que deberían ser: representantes de la sociedad civil.

Para elegir de verdad es imprescindible que votar a un representante por distrito (barrio, pueblo) elegido por mayoría. Algo tan simple automáticamente convierte al elegido en representante de la sociedad civil puesto que se debe a los electores que lo han elegido.

De esta forma sería mucho mas sencillo y barato que incluso un particular con mínimos medios pudiera salir elegido diputado por cierto barrio.

Tampoco tenemos mecanismos para revocar los cargos si no cumplen con lo prometido. En una democracia, si cierto número de electores lo propone, se convoca un referendum para sustituir al representante corrupto o mentiroso, sea un diputado, un juez o un presidente de gobierno.

Es ingenuo pensar, como la mayoría de los muchachos del 15 M, que, dado el sistema que disfrutamos, un partido pequeño y angelical vaya a cambiar las cosas, porque lo perverso está en un sistema electoral diseñado para que los diputados, por mucha buena intención que tengan, den la espalda a la sociedad civil.

En cuanto a la división de poderes.

La democracia desconfía de las buenas intenciones de los gobernantes. El poder corrompe, y mucho. Por ello en un sistema democrático es imprescindible que haya poderes independientes que se vigilen mutuamente.

En nuestro sistema todos los poderes (dejando de lado los fácticos contra los que un representante de la sociedad civil podría al menos rebelarse) están en una sola mano: la del jefe del poder ejecutivo.

Estas elecciones, en teoría, son legislativas, sin embargo, sirven para elegir al jefe del ejecutivo y a los órganos de gobierno del poder judicial propuestos y elegidos según el criterio del partido que ha ganado las elecciones. En democracia hay sendas elecciones independientes para los tres poderes.

En esta situación no es de extrañar que las televisiones públicas, las cajas de ahorro, los sindicatos, que se financian por dádivas estatales, y hasta los directores de instituto estén al servicio del partido que gobierna.

¿Votarás tapándote la nariz? ¿El discurso del miedo volverá a vencer? ¿Votarás a Pinocho, al que no dice nada, o a los de las buenas intenciones? La única arma que poseemos es la de no sumarnos a los participantes de esta mascarada postfranquista.

Y conste que a mí también me cae mal Rajoy.


sábado, 12 de noviembre de 2011

Antípodas

Leyendo los Pensamientos de Pascal, Lobo queda tan impresionado que decide permanecer una año en silencio y, acto seguido, esa misma excitación le lleva a proclamar su voto de silencio en la red, no sea que a algún neozelandés desconocedor de sus pías intenciónes se le ocurra entablar conversación con él.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Teoremas del día


Como está nublado y cualquier elogio del paisaje será desmentido cuando salga el sol, Lobolucas se arriesga a correr las cortinas y ensimismarse en pensamientos metaliterarios, esos abismos inmutables, casi uterinos, donde uno puede ver liebres nadando y saludarlas sin mucho sobresalto por ninguna de las partes.

Llega a las siguientes conclusiones que pasa a enumerar:

I
Cuando escribe pensando en los lectores se pone de mal humor y se bloquea. El trabaja para la posteridad. Le gusta es ese diálogo del escritor consigo mismo donde yo siempre le da la razón a yo.

II
¿Qué es lo que hará un tonto con un lapicero para quererlo tanto?

III
¿Podría crecerle la nariz hasta el punto de poder describirla con tanto detalle que fuera innecesario descorrer las cortinas? ¿Compensará ser bizco de por vida con tal de tener tema de escritura?


Llegados aquí, sosa e insistente como la canción del verano, se instala en su cerebro la imagen de la cara de Mariano Rajoy. Abre las cortinas y pasa el resto del día llevando la cuenta de las hojas que caen en los árboles de enfrente con los ojos como platos.