domingo, 25 de abril de 2010
Sin asunto
domingo, 18 de abril de 2010
Tirando de un hilo
domingo, 11 de abril de 2010
Un huésped panorámico, Andrés Navarro
sábado, 3 de abril de 2010
Penélope otra vez
viernes, 2 de abril de 2010
De la fragilidad de todo
Hay poemas que siento con tanta intensidad que tengo la certeza de que podría haberlos escrito. Y no es vanidad. Precisamente es todo lo contrario. Porque cuando un poema o cualquier obra artística se despliega ante nosotros en toda su riqueza revelándonos todos sus detalles e intenciones, a veces más de las que hubiera sospechado el propio autor, las fronteras del ego se difuminan y escritor y lector terminan por confudirse. La contemplación es siempre activa. Naturalmente, ojalá, no sucede con todos los poemas que me gustan, ni siquiera con el mismo poema en distintas circunstancias. Hay circunstancias vitales que iluminan desmesuradamente poemas que en otras, aún gustándonos, pasarían más desapercibidos. Sin relación no hay arte. Durante la creación el autor se desdobla en escritor y lector, y durante la lectura quien lee recrea las mismas o parecidas o distintas, da igual, operaciones poéticas que en su día llevó a cabo quien concibió el poema. La poesía natural, la que nos sale al paso en el campo o en la calle, no existiría de no ser porque estamos ahí para contemplarla. Nosotros o nadie somos sus autores. De la misma forma, no hay tanta diferencia entre escribir y leer.
Sirva lo dicho para justificar que este poema de Fabio Morábito es tan mío, o vuestro, o de nadie, como suyo.
Mudanza
.
A fuerza de mudarme
he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva como una fiebre,
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver..
.