jueves, 11 de marzo de 2010

Muera la muerte

Vaya por delante que Unamuno no es uno de mis escritores preferidos. Sin embargo, tuvo a mi entender un don mucho más valioso que el de la escritura: fue un hombre valiente (un raro adjetivo, apenas ya redundante con la palabra hombre, en estos tiempos tan merinochurros). Para percatarse de ello, basta leer el discurso que improvisó en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca en plena guerra civil ante el general Millán Astray que había llegado como acostumbraba escoltado por legionarios armados con metralletas para celebrar el Día de la Raza. Aparte de una enorme inteligencia se precisa un temple de acero para hilar tal discurso en tal situación. El mismo temple que tuvo su admirada Ántígona en la valiente defensa que hizo de su hermano ante su padre, el rey Creonte.

El borrador del discurso que Unamuno, quien pese a ser el Rector no tenía pensado intervenir en el acto, garabateó en una cuartilla mientras se desarrollaban intervenciones anteriores repletas de tópicos loando la cruzada contiene sólo las siguientes palabras: "Guerra internacional/Occidental –cristiana/Odio y conmpasión/Lucha-unidad/Cóncavo-convexo/Odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora/"y alguna que otra más, poco legible.

Dejo aquí casi todo del discurso, comentado por Andrés Trapiello, junto a las intervenciones de Millán Astray, que en un estado de nervios creciente no cesaba de interrumpirle:

"Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. Callar, a veces, significa mentir porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia.

Había dicho que no quería hablar, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra sólo es una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión: el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no inquisición (…)”

Millán Astray, que llevaba un buen rato nervioso, golpeaba con su única mano la mesa e interrumpió con impertinencia: “¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?”. Hizo entonces uso de la palabra pronunciando un breve discurso dictado por la histeria en defensa de la rebelión militar, hubo vítores, voces y bufidos. Tras ellos Unamuno reanudó su intervención

“Acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de ¡Viva la muerte! Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Y yo, que me he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de los que no las comprendieron, he de decirles como autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una manera excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y es otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos en España. Y pronto habrá más, si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre (no un superhombre) viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de la superioridad de esa superioridad del espíritu, suele sentirse aliviado viendo como aumenta el número de inválidos a su alrededor.

El general Millán Astray no es uno de los espíritus selectos, aunque sea impopular o, quizá por esta misma razón, porque es impopular. El general Millán Astray quisiera crear una España nueva (creación negativa, sin duda) según su propia imagen. Y por eso desearía ver a España mutilada, como inconscientemente dio a entender.”

En este punto Millán Astray interrumpió al grito de “¡Muera la inteligencia!” matizado por un José María Peán que intentaba restañar lo irrestañable con el de “¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”.

Es imaginable la pita que se armó entre falangistas profesores y público frente a un viejo que se había atrevido a decir lo que nadie en España, en aquellas circunstancias habría sido capaz de espetarle a un ser moralmente tan repulsivo. Cuando Unamuno logró hacer de nuevo el silencio continuó:

“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuera bruta. Pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil –concluyó- pediros que penséis en España”.



3 comentarios:

  1. Me gusta este blog. lo descubrí hace un mes y, aunque no navego mucho por internet, éste lo consulto a menudo. Comparto muchas cosas que en él leo y aprendo otras muchas, como la existencia de Billy Collins. Gracias. Lo de hoy me ha animado a escribir, porque me conmueve este capítulo de Unamuno y me encanta Trapiello. Por cierto, las sonatas para piano de Mozart interpretadas por Glenn Gould mientras las tararea, invitan a bailar, como invita a aplaudir el final del hombre que mató a Liberty Valance.

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  2. Hola, te agradezco tu comentario. Palabras como las tuyas animan a seguir con el blog. Escucharé y a lo mejor hasta bailo las sonatas de Mozar y en cuanto al final de Liberty Valance (esa cara de John Wayne sin afeitar contándole la verdad de lo sucedido a Stewart) invita a aplaudir, pero también a llorar. Seguramente, por eso, (acuérdate de lo que le pasó a Prometeo o del periodista rompiendo las cuartillas) para nuestra tranquilidad mejor dejar que las leyendas sigan siendo lo que son: leyendas.

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  3. Unamuno, ese apellido siempre parece a punto de estallar en un montón de palabras que se parecen a él.

    Abrazo.

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