viernes, 9 de octubre de 2009

Tres poemas de Roger Wolfe

Podría dar muchas razones por las que Roger Wolfe es un poeta más interesante que muchos de sus coetáneos. Ahí va una: es imposible subrayarle un verso

Fin del mundo

Noche de sábado hacia el final
de la primera década del siglo XXI.
Ruidos de cristales rotos en el parque;
gritos de histéricas quinceañeras borrachas,
energuménicos aullidos de adolescentes intoxicados.
Ramas que se tronchan, persecuciones, alaridos...
Imagino los campamentos de los bárbaros
que cercaban el Imperio con su lento avance inexorable.
Sólo faltan las fogatas.
En lo más alto del cielo,
la luna que Cernuda contemplaba en Méjico
resplandece, imperturbable.
Ha visto
el fin del mundo muchas veces.


Camino de ronda

Un taxi, muy de noche.
Arriba, las estrellas.
«Esto no es como las ciudades»,
me dice el chófer.
«Ya», le contesto, adormilado.
El coche avanza, derramando
haces de luz por los sembrados.



Un viejo con un sombrero de paja

Puesto que aún no puedo irme
por lo visto al otro barrio,
me gustaría hacerme viejo
más deprisa, más deprisa;
y estar sentado en una silla
al sol del mediodía.
Que hubiera un poco de mar.
Que hubiera un poco de cielo.
Y luego... Pongámosle al abuelo
un sombrero de paja en la cabeza.
Y un cigarro entre los dedos.
Y dejémoslo —ahora sí—
ahí quieto; medio lelo,
pero tranquilo y solo.





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