domingo, 2 de septiembre de 2018

Tres penachos de hierba, raquíticos
pero reales entre la hierba artificial
que rodea la piscina del polideportivo.
Y arriba, a mi derecha, la ladera tupida
de pinos enanos en cuya cúspide hay un antena
que el viento no mueve. Por mí como si hubiera
un indio apache dando un grito de guerra
que encabrite las aguas y nos despierte
del letargo estival. Pero no cae esa breva,
pues ahora, que el último bañista
abandona el recinto, el agua recupera
su tersura y el socorrista pliega las sombrillas.  


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