domingo, 19 de septiembre de 2010

Todo el matorral


Toda la vida he sido un fraude. No estoy exagerando. Casi todo lo que he hecho todo el tiempo es intentar crear cierta imagen de mí mismo en los demás. La mayor parte del tiempo para caer bien o para que me admiraran. Tal vez sea un poco más complicado que esto. Pero, si uno lo piensa bien, se trataba de caer bien y de ser querido. Admirado, aprobado, aplaudido, lo que sea. Ya me entienden. En la escuela me fue bien, pero en el fondo mi motivación no era aprender ni mejorarme a mí mismo sino simplemente que me fueran bien las cosas, sacar buenas notas y entrar en los equipos deportivos y obtener buenos resultados. Tener un buen expediente académico e insignias de victorias deportivas en mi chaqueta para enseñarle a la gente. No me lo pasaba bien porque siempre tenía demasiado miedo a que no haría las cosas lo bastante bien. El miedo me hacía esforzarme muchísimo, así que todo me iba siempre bien y terminaba consiguiendo lo que quería. Pero en realidad, en cuanto conseguía la mejor nota o ganaba el título deportivo de la ciudad o conseguía que Angela Mead me dejara ponerle la mano en el pecho, no sentía apenas nada más que tal vez el miedo a no ser capaz de conseguirlo otra vez. La siguiente vez o cuando quisiera alguna otra cosa. Recuerdo estar en la sala de recreo en el sótano de Angela Mead en el sofá y que ella me dejara meterle la mano y no sentir la suavidad viva o lo que fuera de su pecho porque lo único a lo que yo me dedicaba era a pensar: "Ahora soy el tipo al que Angela Mead le ha dejado tocarle las tetas." (...)
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............(David Foster Wallace, El neón de siempre. Trad. Javier Calvo)

2 comentarios:

  1. Creo que voy a buscar algo más del tal Wallace. gracias I, siempre desenterrando tesoros.
    beso

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  2. Diosmio, me dejas apabullada, sin poner las necesarias comillas pense que le tocabas los pechos a Angela Mead... Un beso

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