miércoles, 16 de marzo de 2011

Nudo y desenlace

Esta mañana de vuelta de la playa he abierto la puerta trasera del coche para dejar salir a la perra y ha resultado que no quería bajarse. Nada, no había manera por más que le gritara, le hiciera aspavientos o la amenazara cerrando las puertas y fingiendo irme del garaje. Ni siquiera habrían pasado tres minutos, pero yo ya empezaba a estar desesperado: ¿Qué le pasa? A la desesperación ha seguido el cabreo: ¿Qué coño le pasa?, y a continuación, en una secuencia tan antigua como el hombre, la culpa: ¿Pero por qué no baja? ¿Qué le habré hecho para que me tenga tanto miedo? A final, he decidido arremangarme y meter la mano para cogerla del pescuezo y sacarla a la fuerza del coche. En ese momento me he dado cuenta de que la oscuridad del garaje me impedía ver que el animal tenía la correa puesta y pillada con la manivela para regular la inclinación del asiento. La he desenganchado, he cerrado la puerta y con esa nobleza de la que sólo es capaz un animal irracional me ha seguido como siempre hasta el ascensor.

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