viernes, 1 de junio de 2012

En el estanco

Como empieza el mes y todavía no he ido al banco bajo al estanco cargado de monedas de cinco y diez céntimos dispuesto a comprarme el último paquete de Winston de liar de mi vida. Sé que quien me conoce se reirá, pero el viernes que viene lo dejo para siempre. Y ya que estábamos de celebración como soy bastante envidioso y el cliente anterior se acababa de comprar un paquete de Marlboro de liar, tiro la casa por la ventana y cuando me llega el turno pido Marlboro. Saco todas las monedas, empiezo a contarlas y la estanquera a mirarme con cara de estar perdiendo la paciencia. Después de un minuto, que a ella se le ha debido hacer mucho mas largo porque yo estaba entretenido y ella ociosa y de cara a la cola, lo recuenta y comprueba que faltan treinta céntimos, lo que me obliga a pedirle el Winston de 12,5 gramos habitual (suelo pedirlo pequeño a fin de dejarlo para siempre cuando se termine) y a contar de nuevo para ver si esta vez llega. Entretanto, inocentemente, le pido que me dé lo que se había llevado y dejado aparte del intento de compra anterior, pues soy pudoroso y no me gusta meter la mano en los mostradores blindados ajenos. La estanquera, de malos modos, me contesta que ella no se había llevado nada. Reformulo la frase para no ofenderla y sigo contando mientras ella se decide a despachar a través del hueco que mi delgadez le deja. Cuando por fin recuento y ella rerecuenta, me comunica que faltan diez céntimos. Me disculpo diciéndole que en mi presbicia había confundió los cinco céntimos de euro con peniques ingleses. La impertinente me contesta que no sabe lo que son, que no viaja, pero que está segura de que no son euros. Rebusco en el bolsillo hasta pagar el último céntimo y me marcho con la Loba pensando en que menos mal que es la última vez que voy al estanco a que me atienda esa maleducada que se enriquece a costa de los pulmones del barrio. 

Luego, de vuelta a casa, mientras miro a la Loba husmear en un alcorque ajena a toda la mezquindad del mundo, trato de disculparla pensando  que los verdaderos malos son las multinacionales o los bancos, pero como el pensamiento abstracto se me da mal regreso a la estanquera. Y esta vez pienso, que si por ella fuera, si la inteligencia y la maldad (porque de avaricia va sobrada)le dieran para hacerlo estaría encantada de ser la dueña de un banco o de una multinacional sin importarle nada enriquecerse a costa de los pobres niños de Biafra. Y encima viajaría

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