domingo, 14 de diciembre de 2014

El gato de Cheshire

Pues estaba sentado en el bordillo de la acera con un libro entre las manos como acostumbro y la cara orientada al solecito de mediodía que en invierno es un gusto, sobre todo a partir de cierta edad. No hay más que ver la cantidad de jubilados que me rodean calentando sus huesos como yo. A veces me ofrecen cigarrillos que siempre acepto porque extender el paquete dando un golpe de mano para que salga el pitillo me parece una costumbre antigua y tan honorable que ponerlos en evidencia diciendo que no fumo, aparte de mentira, sería una impertinencia superlativa. La loba, como siempre, correteando por el solar. Yo enfrascado en la lectura Pareto, y ella en sus ocupaciones percibiendo directamente el mundo a través de su olfato. Aunque a mí también me gusta más oler los libros que estudiarlos, sobre todo si son de texto y nuevos, nuestras pasiones olfativas son incomparables. El caso es que escucho unos ladridos, y en eso veo a la perra brincando ante un árbol; como ya sé de qué se trata aunque no haya presenciado la persecución, me levanto a ver al gato correspondiente que siempre es un desahogo para la vista cansada del exceso de lectura. Y allí está: dos ojazos verdes que nos contemplan desde la penumbra. Solo le falta sonreír o soltar una frase lapidaria a propósito de la situación para ser talmente el gato de Cheshire de las ilustraciones de Alicia. Cómodamente instalado entre dos ramas, atento a más no poder, nos observaba desde la altura con esa indiferencia felina por los asuntos humanos y perrunos tan perturbadora. Lo malo es que la loba seguía venga a ladrar y a darme tirones impidiendo mi desahogo contemplativo pero también provocando esa mirada gatuna de diosa egipcia tan diferente de la que ahora mismo veo en la Loba que está con la cabeza sobre el sofá implorando una caricia con ojos pamplineros y acuosos. Y es que toda situación tiene su debe y su haber. Qué fácil es escribirlo y que difícil asimilarlo. Anoche mientras corría me recreaba en la escena y pensaba que lo que distingue a los humanos de los animales no es la racionalidad, que en lo que de verdad importa, (que no son precisamente las matemáticas, pese al prestigio que tienen entre los padres) es bastante escasa en ambos, sino su incapacidad para apreciar la belleza. De todas formas, para idealismos, el de mi perra, que ahí seguía, empeñada en atrapar lo inalcanzable, igualito que si le hubiera estado ladrando a la luna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario