jueves, 19 de febrero de 2015

Ornitología


Da vergüenza decirlo, pero durante la semana que pasé en Berlín estuve casi todo el tiempo tumbado en la cama o sentado de cara a la luz enferma del portátil. No me quejo porque el aburrimiento no me disgusta, pero a ver a quién le cuentas ese viaje. Es verdad que había otras cosas: la dependienta de la pastelería donde desayunaba sonreía con amabilidad, un bar debajo del apartamento que servía cócteles de todos los colores... Creo que lo único que miré con verdadera atención, más que nada por la insistencia, fue el pedazo de cielo gris que se divisaba desde la ventana. De vez en cuando pasaba un grupo de cuervos para romper la monotonía, o caían algunos copos de nieve sin convicción suficiente para posarse en el suelo, salvo en una noche mágica donde lo lograron y yo salí a pisar sobre la nieve virgen. El caso es que el cielo de Berlín tiene el prestigio de que lo sobrevuelan ángeles. A lo mejor algún loco habría tomado los cuervos por ángeles tiznados. Yo, desde luego, creo que los cuervos, cuervos eran. Aunque  tampoco albergo dudas que, de haber visto un ángel auténtico, lo habría confundido con cualquier otra cosa, un cuervo albino mismamente. Me acuerdo que de pequeño, cuando el clima de valencia aún no era tropical, pensaba que los palomos multicolores de los concursos nacían así. O de creer a mi cuñado cuando aseguraba que los jamones nacían de los arboles. Al final, en esas cosas tan evidentes triunfó mi razón. En otras, más comprometedoras, para mi mal, triunfa menos. Me hago mayor, pasan mosquitos tocando la trompeta y, como decía Girondo, carezco de coraje para llamarlos arcángeles. Descubres el timo de los reyes magos, y en lugar de sentirte estafado, estás tan orgulloso de tu habilidad deductiva que se lo cuentas a todos los de tu clase, no por fastidiarlos, sino para presumir de lo listísimo que eres. Lo mismo ese es el precio de la cordura: los molinos, molinos, y los gigantes..., pues molinos también. Tendré que buscar a un caballero andante que me saque de vez en cuando de mi aturdimiento. Hasta ese punto, ni más ni menos, fue cuerdo Sancho Panza.


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