miércoles, 1 de julio de 2009

Tratado de Ateología, Mischel Onefroy

Libro oportuno que no meritorio para los tiempos que corren, propone una deconstrucción del teísmo que a juicio del autor invade nuestra sociedad. Ninguna de las herramientas utilizadas para el derribo, las de Nietzsche, Marx (aunque abomine de él) y Freud es original. Tampoco lo es ninguna de las alternativas (¿Pero por qué ha de haber una alternativa?) que aporta.
Aparte de una prosa estridente y epatante, el libro molesta por el tono de superioridad que suelen arrogarse quienes niegan la transcendencia, las palmaditas en la espalda que reciben los creyentes o quienes expresamos ciertas dudas metafísicas por parte de los portavoces de la ciencia. Diríase que derriban un ídolo para levantar otro. Cierto que los monoteísmos han causado y causan innumerables males a la humanidad aprovechando el desvalimienteo de un ser consciente condenado al abismo. Cierto también, y el autor lo silencia, que la geneología de la religión causas sociales y caracteriales aparte, debe buscarse en, ¿cómo decirlo?, la componente energética de la materia, la existencia de realidades que nos transcienden. Algo que las religiones -y la ciencia- orientales entendieron hace milenios. Como también silencia a Marx-Engels cuyo materialismo por no ser causal y sí dialéctico podríamos calificar de transcendente, para rehabilitar a Feurebach, un pensador idelista porque al decir de Marx concibe la realidad como abstracción y no como proceso.
También ignora Onefroy los peligros de su propuesta, una ética científica, hedonista y utilitarista contra la cual ya alerto Nietzsche y que nos ha llevado a la razón tecnológica contemporánea. Porque pese a reivindicar a Nietzsche y apropiarse de gran parte de sus argumentos silencia interesadamente dos de las ideas capitales del maestro: la del eterno retorno, poco acorde con sus postulados de causa sin vuelta o su despiadada crítica del concepto de verdad y por ende de la ciencia concebida como búsqueda de la verdad absoluta.
Un libro aleccionador y escrito a favor del viento. Me pregunto qué pensará Houellebec.

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