sábado, 11 de febrero de 2012

Ética callejera

Esta mañana frente a una caca de la Loba me he visto inmerso en un dilema moral que voy a intentar explicar: no llevaba papel ni bolsa de plástico ni nada más allá de mis dos manos lavadas para recogerla. Y en eso he visto que en una farola próxima habían pegado un papel que anunciaba clases de guitarra. ¿Qué hacer? Normalmente en esas circunstancias, que suceden a menudo debido a mi falta de previsión, arranco el papel y recojo la caca. Pero, por lo general, esos papeles los ponen especuladores sin escrúpulos que venden pisos o garajes, o eso me parece, porque también podría tratarse de una pobre familia desahuciada que no puede hacer frente a la hipoteca. O un enfermo grave que tiene que vender el piso para pagarse un tratamiento. Tal vez, pero llegado ese caso creo que el daño que inflijo a esos hipotéticos desgraciados compensa la posibilidad de que alguien se manche los zapatos y desprenda mal olor. 

De todas formas, en este caso, se trataba de él, un artista, una pobre cigarra cantora, y de mí, un pulcro funcionario tan necio como para negarle acceso al hormiguero  en pleno invierno y plena crisis.  Además, llevándome el papel me estaba llevando veinte teléfonos puestos en fila. ¡Veinte posibilidades! Empecé a contemplar otras alternativas como emprender una excursión larga para buscar uno de esos folletos de Media markt que tan buenos servicios me prestan, pero aparte de que ya imaginaba que habría un corrillo de gente pendiente de mi decisión, ¿quién me decía a mí que entre tanto algún sufrido ciudadano no pisaría la mierda?, aunque pudiera ser que ese ciudadano fuera supersticioso y no deseara otra cosa que pisar una mierda para salir de una horrible mala racha. Tantas eran, en fin, las contingencias que se derivaban de cualquier decisión y tantos los tirones que me daba la Loba instándome a tomarla que, finalmente, mientras estaba ahí plantado en un ser o no ser existencial, decidí que la mierda con el sol del mediodía se habría secado los suficiente para mandarla a la cuneta y continué mi paseo con la puntera del zapato derecho algo manchada, las manos limpias y el corazón bombeando sangre como un músculo más.

2 comentarios:

  1. Era muy difícil salir de esa encrucijada, seguro que al menos te ha hecho ser algo menos olvidadizo en tus paseos, no?

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  2. Sobre todo intento no olvidarme de la perra. Me acuerdo de una vez que la estuve buscando por todo el barrio y resulta que estaba en la terraza de casa...

    Feliz con tu visita. Muchos besos.

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