Reconozco
mi culpa. Muchas veces en clase cuando los alumnos resuelven ejercicios saco
un libro de la mochila y me pongo a leer. Son textos breves: poemas o
aforismos que me permiten atender la clase por el rabillo del ojo mientras leo.
A veces quienes se sientan frente a mi mesa o cualquiera que viene con una duda
ven la portada del libro que intencionadamente dejo vuelto hacia arriba y preguntan
por él. Yo cuento cualquier anécdota sobre el autor o incluso leo un fragmento,
a veces en voz alta para que oigan todos. Si no entienden que al menos
lo escuchen como una oración. Porque es preferible orar a leer esos libros adaptados a su edad escritos por farsantes que harán odiar la literatura a todos
incluyendo esos pocos que hubieran encontrado en ella esparcimiento, consuelo
y vida más allá de los honorables límites comarcales. Lo hago sin ninguna pretensión,
me gusta leer, eso es todo, pero tengo comprobado que esta enseñanza, digamos tangencial, es más efectiva que regurgitar un
programa sin descarrilar. Lo inesperado asombra y queda en la memoria.
Hoy
el libro en cuestión era el de los
aforismos de Kafka, cuya portada es una foto de estudio del escritor muy joven.
Una alumno de segundo de la Eso que lo ve me pregunta: "¿Profe, quién es ese chico?" Después de la carcajada he hablado durante un rato de Kafka y hasta
he leído el aforismo que dice: “una jaula salió en busca de un pájaro.” La
mayoría lo habrá escuchado como quien oye llover, pero el sonido de la lluvia
es agradable, y más en Villamarchante con la sequía que hay.
¡¡¡¡¡Me encantaría ser alumna tuya!!!!!!.
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