lunes, 13 de julio de 2015

Roedores

Hace tiempo un compañero del instituto más sabio y más mayor que yo me dijo que sobre cierto asunto candente no tenía opinión. Yo le regalé el discurso de aceptación del Nobel de Szymborska: "Elogio de la duda". Ahora que todo el mundo habla y opina sobre Grecia me gustaría no tener tampoco opinión, porque carezco de datos y también por pereza y ganas de desalojar un poco la cabeza. Pero el caso es que la he tenido, desganada, y lo que es peor, cambiante según quién fuera mi interlocutor. Dicho esto, creo que este poema, de los menos áridos de los que conozco de Alberto Girri, contiene todas las opiniones sobre el asunto griego o sobre cualquier otro del que hablemos sin tenerlo ante los ojos.

De la vida doméstica

Quien,
tras apelar a la estricnina
la desecha por temible
arma de doble filo, exterminadora
de roedores pero también
de compañeros de hogar,
útiles presencias,

y quien sueña
rehabilitar a los gatos,
devolverles su anárquica
ferocidad, aletargada
bajo blandas manos,
asépticas comidas.

Quien,
adquiriendo versación en drogas
que provocan derrames internos,
asegura la mortalidad
de varias generaciones,
hasta que ve agotar su eficacia, drogas
que pasan a la condición de estimulantes
del apetito de las grandes ratas,

y quien, inocente o descabellado,
predica sustituir los gatos
por serpientes, mangostas,
y es pagado con irrisión, el fracaso
de que nadie se pliegue a convivir
en bodegas, sótanos, graneros,
con tan peculiares cazadores.

Y quien
enciende el estupor, aterroriza,
con la precisión de sus cálculos,
anunciando que cada rata, imperturbable
dueña de la vida como propósito
que ninguna intimidación aplacaría,
sigue afanada en extraer de sí
doce crías anuales,
a razón de diez
ratitas por camada.

                          Alberto Girri



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