jueves, 24 de septiembre de 2009

A beneficio de inventario



Al terminar el curso escribí esta carta a un profesor de la Facultad de Psicología, Como no recibí contestación la dejo aquí a beneficio de inventario.

En “Sobre la libertad” afirma Mill que la mayor salvaguarda de la verdad es una constante invitación a refutarla. Nietzsche, adelantándose un siglo a la postmodernidad en su crítica de las ciencia empírica decimonónicas, niega su existencia. Todo en la naturaleza es proceso. Los hechos deben presentarse bajo todos los ángulos sin cerrar puertas a otras interpretaciones de eso que por consenso llamamos realidad.

La psicología pomposamente denominada científica no recoge ninguno de estos supuestos. No trabaja con hechos, sino con palabras. ¿Qué son acaso la inteligencia o la alegría sino palabras huérfanas de existencia natural como los árboles de las laderas? Todas vuestras teorías sobre la inteligencia o la personalidad se nutren de este malentendido. Investigan metáforas, miden y objetivizan convenciones entre hablantes. Una persona no es más inteligente que otra. A lo sumo podremos decir que tienen una inteligencia diferente. Los factores obtenidos en las correlaciones son entes matemáticos que no designan fenómenos reales.

Tampoco los procedimientos de laboratorio merecen credibilidad. Los biólogos estudian el comportamiento de los animales del natural. Ninguna criatura viva existe en abstracto sino en relación al medio en que habita. Falseamos sin remedio la realidad y aún más en el caso del comportamiento humano al abstraer una variable y encerrarla en un laboratorio. Todas las variables se modulan e interaccionan entre sí. No podemos fijar una y esperar que las otras se comporten de la forma en que lo harían sin restricciones. Además, si la situación cambia las variables se comportan de otra manera. Los datos obtenidos del laboratorio no son extrapolables.

Tampoco vuestra fuente de datos preferida, las puntuaciones de los tests, resiste al examen crítico, y no sólo porque la existencia del inconsciente falsee sin remedio los resultados. La cosa es aún peor pues como he dicho antes se trata de medir lo inexistente. Incluso conviniendo que exista las medidas obtenidas no son de intervalo ni ordinales siquiera. Se supone también que la variable a medir es unidimensional cuando no lo es. En sicometría, todo son hipótesis ad hoc a fin de salvar lo insalvable.

Esta afán objetivista provoca la carencia de un principio epistemológico claro, de una teoría integradora. Vuestra psicología es una disciplina descriptiva y de perogrullo que no se plantea el porqué del comportamiento humano. A este respecto es ilustrativo el día que en clase hablamos de la risa. Todo era describir situaciones hilarantes sin avanzar más allá. Preguntas pertinentes (que ya contestó Freud ) hubieran sido, por ejemplo, estas: ¿Por qué lo escatológico provoca risa? ¿Por qué el 80% de los chistes aluden a lo sexual?

También disiento en vuestra definición de lo que es patológico. Afirmáis que lo sano es el comportamiento de la mayoría. Si, por ejemplo, muchas mujeres sólo pueden excitarse sexualmente imaginando escenas de violación o sintiéndose putas, no veis ningún problema, puesto que es normal. No se plantea que, pongamos por caso, detrás de esas imágenes hay una sociedad enferma y represiva en la que hay mujeres que sólo se permiten sentir placer con ese tipo de fantasías

Otro ejemplo similar, de esa constante petición a la normalidad como patrón de medida es vuestra aseveración de que la mujer es multiorgásmica cuando lo que sucede es que en nuestra sociedad un orgasmo pleno, un dejarse llevar totalmente hasta perder en parte la conciencia, es rarísimo por miedo. Los orgasmos seguidos vienen cuando la descarga de la excitación es parcial y la irritación prosigue.

El ejemplo de Kisney es ilustrativo. Kisney, como buen entomólogo y taxónomo que era, se limitó (un trabajo de chinos, lo reconozco) a establecer un catálogo descriptivo de las costumbres sexuales de la sociedad occidental. No se preguntó el porqué ni investigó las condiciones socioculturales generadoras de ese tipo de costumbres. Como sí lo hizo, por ejemplo Wilhelm Reich, que en 1927 describió la curva del orgasmo y critico feroz y argumentada mente la sociedad creadora de miseria sexual y negadora del goce. Naturalmente murió en la cárcel.

Con respecto al hombre de los lobos, te agradezco que al menos dieras la oportunidad a los alumnos de conocer un texto de Freud, yo hubiera elegido uno menos complejo, pero bien está. En cuanto al comentario que hiciste en clase, te hago una aquí una pequeña contracrítica a partir de las notas que tomé.

La primera crítica que hiciste del caso es que Freud no mostraba el tratamiento del paciente. En la primera página del ensayo Freud dice expresamente que el propósito del escrito no es mostrar el tratamiento del paciente: “no se trata exactamente de un historial clínico. Luego afirmaste que el paciente no se curó. Yo no sé si se curó o no se curó, posiblemente, no. Aunque no para el paciente, el hecho de que no curara es lo de menos, porque no invalida en absoluto las conclusiones de Freud. Debes tener en cuenta que en psicoanálisis lo que cura no son las interpretaciones “per se” sino la vivencia emocional en el diván de los traumas infantiles, algo mucho más difícil de conseguir con un obsesivo (suponiendo que lo fuera porque el debate continúa) que con un histérico, cuyos traumas están mucho más a flor de piel, y más fácil de curar con los conocimientos sicoanalíticos de la época.

Una época en la que aún no se sabía con claridad como abordar las resistencias, y en la que las interpretaciones eran muy pedagógicas, se daban demasiadas pistas a los pacientes impidiendo que afloraran los recuerdos cargados de emoción por lo que muchas veces la comprensión por parte del paciente era más intelectual que emocional, las interpretaciones no lo “tocaban” y las mejorías eran transitorias. En cuanto al sueño, y este es un error muy habitual que cometen los legos cuando hablan de psicoanálisis, lo importante no es si el sueño corresponde o no a una escena real o fantaseada, el mismo Freud a lo largo del artículo contempla varias veces esa posibilidad. Lo importante es que la energía no descargada genitalmente como consecuencia de la represión refluye a los segmentos superiores (“excita el cerebro”) y da lugar a esas representaciones y no a otras, esas representaciones, fantaseadas o no, ofrecen muchas claves sobre los orígenes de la represión.

Energía que el sicoanálisis llama líbido, que Reich, quien hizo una valiente intento por describirla y cuantificarla denominó orgón, y que vosotros intuís oscuramente llamándola activación y midiéndola de la misma forma que hizo Reich en el año 36: por los potenciales eléctricos de la piel. Una energía que la ciencia occidental todavía desconoce (aunque cada vez se acumulan más pruebas sobre su existencia), pero que las culturas orientales describen y manejan desde hace milenios por ejemplo, en la acupuntura. Si bien en oriente se persigue espiritualizarnos subiendo al energía hacia la zona cefálica y el psicoanálisis (el más biológico y menos especulativo cuyo testigo recogió Reich) trata de acercar a la tierra por medio de su descarga genital.

Volviendo al hombre de los lobos, tampoco debemos pensar que la escena primaria, existiera o no, es el origen de la neurosis del paciente, la escena que observó, si la observó, en una principio no le impresionó mayormente, es la represión sexual posterior, las amenazas del padre, de la niñera y la chacha las que ocasionan que una escena neutra en un principio aparezca en el sueño deformada y cargada de angustia. Por último, dijiste que un trastorno obsesivo compulsivo se cura con facilidad por medio de técnicas conductistas. Yo no lo aseguraría, la mayoría de manuales de psiquiatría que, desde luego, pocas veces contemplan las terapias sicodinámicas, reconocen que muchas veces la medicación es la única solución para este tipo de trastornos. Cierto que con el psicoanálisis se han cometido abusos y que es una disciplina difícil de dominar y peligrosa en manos inexpertas, cierto también que cuando los conflictos son anteriores a la etapa verbal (la mayoría en nuestro tiempo) poco puede hacer una terapia psicoanalítica sensu estricto. Pero cierto que Freud con su genio abrió una puerta que otros investigadores han aprovechado para paliar el sufrimiento humano, y lo que es más importante, prevenirlo y denunciar una sociedad generadora de neurosis aquí me quedo
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Ahora, ya brevemente, te diré que tampoco comparto tus autores, digamos de cabecera. Por cierto, y no te lo tomes a mal, me sorprende que son todos ellos pensadores muy conservadores. Algo que me sorprende porque me has parecido una persona de “izquierdas”. El racionalismo Popperiano vive horas bajas. Popper jamás tuvo en cuenta los resultados de la revolución cuántica. Nada en la naturaleza existe por sí mismo sino en relación dialéctica con otra u otras cosas. La causalidad mecanicista es insostenible porque toda variable es moduladora en ambos sentidos. Tampoco considera Sir Karl que los investigadores son hijos de su tiempo. Ni que ninguna hipótesis es falsable por completo porque en la naturaleza como he escrito antes todo es proceso. No hay verdades inmutables. Mención aparte, en el caso del racionalismo crítico merece la separación entre sujeto y objeto como mundos separados. Si esta aseveración ya en física es insostenible, cuánto más lo será en las ciencias biológico- sociales como la psicología. El observador debe valerse de su intuición, naturalmente con las debidas garantías, para observar el objeto de su indagación. Ejemplificando, te diré que un brillo de ojos, una forma de andar, un tono de voz, me habla más directamente y mejor de los conflictos de una persona, que los resultados de una batería de tests.

Los investigadores son, como te decía, fatalmente hijos de su tiempo, las ideas de Darwin, otro de los autores que se citan con frecuencia, tienen que ver con el auge del liberalismo y de la libre competencia en la era victoriana. Darwin, que era una observador excepcional y un pensador bastante mediocre, no ofrece en su confuso libro que, dicho sea de paso, todo el mundo comenta y casi nadie ha leído, ni se ha encontrado posteriormente una sola prueba empírica y real de la evolución por selección natural: no hay un solo eslabón intermedio en el registro fósil, las mutaciones por sí solas es imposible que creen estructuras tan delicadas como el ojo de un cefalópodo. Es insostenible que el medio ambiente de un animal sea algo pasivo que simplemente seleccione las variedades más afortunadas. Debe intervenir de alguna manera influyendo en el genoma. No se trata de volver al creacionismo como falsamente proclaman los neodarwinistas, sino de mirar hacia atrás a pensadores como Lammarck por ejemplo, y tener en cuenta los hechos de la naturaleza y no nuestros deseos, aunque ello suponga descartar del mundo animal la libre competencia. Casi nada hay de aleatorio en la naturaleza. Eysenck, a quien citas con frecuencia, cometió el error en su trabajo de confundir correlación con causalidad. Sus argumentos a favor de la superioridad de la raza blanca sobre la negra, son claro ejemplo de dicha confusión. Desconozco su trabajo crítico sobre Freud, pero casi aseguraría que su pensamiento ultraconservador le impidió ver el panorama con claridad. Aunque reconozco, como he dicho arriba, que en cierta época (años 40 y 50, sobre todo en EEUU) se abusó y banalizó el psicoanálisis como si fuera la explicación de todo.

Otro problema con el que me he topado en vuestros argumentos es el del reduccionismo, la obsesión de demostrarlo todo experimentalmente aislando unas cuantas variables cuando en la naturaleza todo interacciona. El cuerpo humano, pese al símil del padre del racionalismo, no funciona como una máquina es decir cada parte no se encarga de una función aisladamente del resto, sino que existe en relación a las demás. No somos máquinas y cualquier patología (salvo quizá, las lesiones) se manifiesta tanto en lo síquico como el lo somático. Por carecer de un principio unificador las emociones propuestas en la asignatura son, a mi entender, un totum revolutum puramente descriptivo: celos, amor, envidia, tristeza, asco…, ¡hasta felicidad!, tantas como palabras hay en el diccionario. El psicoanálisis considera, en cambio que hay dos grandes “emociones”, ya presentes, por cierto, en la ameba: el placer, que nos hace tender hacia el exterior y relacionarnos con el medio y el displacer o dolor que nos retrae hacia dentro, todo el resto de emociones, yo más bien hablaría de sentimientos, son, simplificando mucho, la percepción consciente de estos estados, pero por debajo siempre está la búsqueda del placer y la evitación del dolor. En fin, podría seguir argumentando, pero creo que ya es suficiente. Si algo le agradezco a la facultad es que me despierta el sentido crítico. Y si alguna vez he intervenido en clase es porque creo que los alumnos jóvenes merecen escuchar otro punto de vista. Creo, en fin, que el debate es saludable.
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Un saludo y a disfrutar del verano. Ignacio.

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