Anoche
estaba concentradísimo en la orilla del mar deshaciendo un nudo del sedal
cuando de pronto apareció un perrito y acto seguido se escuchó un grito: ¡Ven
aquí! Me llevé tal sobresalto que al cabo e unos segundos noté como se me
erizaban los pelos. Nunca había experimentado esa sensación, sólo la
había escuchado o leído y la tomaba por una frase hecha sin más consecuencias. Y no es que yo
destaque precisamente por mi bravura. Pensando sobre ello creo que normalmente
vivo tan alarmado que no hay susto de entidad suficiente para provocarme esa
reacción. Igual esa es la razón de que me guste pescar: porque logro ese estado de serenidad
previa en el que hasta un simple perro me asusta. Que otros se lancen desde puentes,
hagan vuelo acrobático, o visiten el templo de Delfos tratando de provocarse impresiones que los
conmuevan, que a mí, con la caña plantada en la orilla, un simple perrito de la Patacona
me procura emociones suficientes.
Por error borré un comentario anónimo. Decía simplemente "The end"
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