domingo, 17 de agosto de 2014

En un lugar de la Mancha

En el pueblo aún quedan hombres de esos que como nunca han ido a la escuela ni visto un telediario lo que saben lo saben de primera mano, que es como hay que saber las cosas. Aunque no entienda del todo su castellano rústico y arcaico cuando hablo con ellos descanso. Dicen lo que tienen que decir y de lo que no saben callan como recomendaba Wittgenstein. Anoche mismo estuve conversando en el bar de la plaza con un pastor de mote insuperable: el feligrés. Me cuenta que lo condenaron a cinco años de cárcel por meter las ovejas en la zona militar. Cumplió dos y ahora está en libertad vigilada como compruebo por la pulsera que lleva para avisar a la autoridad competente si no se recoge antes de las ocho. Serían más de las diez pero él seguía allí con el botellín de cerveza en la mano y ganas de platicar bajo las estrellas. “Desacato a la autoridad” dice que le dijo el juez. “Para qué querrán la hierba los militares. “¿Es que no le gustan las chuletas?” Y cuando me estoy compadeciendo civilizadamente de él me dice que no hay para tanto. “En la cárcel si respetas a los jefes se está divinamente, tienes la comida a su hora, tiempo libre y compañía para jugar a las damas.” Me quedo sin palabras porque todo lo que yo sé de la vida pastoril o presidiaria lo sé por las novelas, los documentales, o las miles de cosas que tengo metidas de prestado en la cabeza.

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