En el pueblo aún quedan
hombres de esos que como nunca han ido a la escuela ni visto un telediario lo
que saben lo saben de primera mano, que es como hay que saber las cosas. Aunque
no entienda del todo su castellano rústico y arcaico cuando hablo con ellos descanso. Dicen lo que tienen que decir y de lo que no
saben callan como recomendaba Wittgenstein. Anoche mismo estuve conversando en
el bar de la plaza con un pastor de mote insuperable: el feligrés. Me cuenta
que lo condenaron a cinco años de cárcel por meter las ovejas en la zona
militar. Cumplió dos y ahora está en libertad vigilada como compruebo por la
pulsera que lleva para avisar a la autoridad competente si no se recoge antes
de las ocho. Serían más de las diez pero él seguía allí con el botellín de
cerveza en la mano y ganas de platicar bajo las estrellas. “Desacato a la
autoridad” dice que le dijo el juez. “Para qué querrán la hierba los militares.
“¿Es que no le gustan las chuletas?” Y cuando me estoy compadeciendo
civilizadamente de él me dice que no hay para tanto. “En la cárcel si respetas
a los jefes se está divinamente, tienes la comida a su hora, tiempo libre y
compañía para jugar a las damas.” Me quedo sin palabras porque todo lo que yo
sé de la vida pastoril o presidiaria lo sé por las novelas, los documentales, o
las miles de cosas que tengo metidas de prestado en la cabeza.
Y yo al leer esto, sin ruido, también descanso. P
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